Las bocas ausentes

Las bocas ausentes

Desde hace más de dieciocho meses vivimos una experiencia trágica. Nos fuimos asustando poco a poco, temiendo por todo, por nuestras vidas, por nuestros trabajos, por la supervivencia de los viejos. La enfermedad invadía cada hora distintos aspectos de la vida cotidiana que no imaginábamos, los horarios, el salir o no a la calle, cómo y cuándo comprábamos y, encima, el bombardeo constante con mensajes de gobiernos o gurús que profetizaban poco más o menos el fin del mundo.

Fueron pasando los días, vinieron las vacunas, que si ésta, que si la otra; se fueron acabando los confinamientos, las noches se fueron alargando, los locales cerrados empezaron a funcionar casi como siempre y quedaron las mascarillas, las malditas tapa hocicos que dan calor, torturan las orejas, crean alergias y crean dificultades respiratorias, obligatorias en todos sitios y a todas horas; después, que en la calle no, según el número de personas y la distancia entre ellas; bueno algo cambió.

Nos taparon la cara, nos escondieron bajo la tela, en una cultura no acostumbrada a medias caras -salvo en carnavales- que quedan lejos.

Nos hemos visto obligados a interpretar el enfado o el agrado viendo solo los ojos, intentando averiguar si hay sonrisa o no debajo de la tela. En las personas que conocemos de siempre todo es más fácil, tenemos antecedentes de cómo son, cómo reaccionan o de la relación de gestos entre sus ojos y su boca. En las personas que no conocemos o que hemos conocido en la pandemia y que por su trabajo no pueden quitarse la mascarilla y que no las vemos en ninguna ocasión con la cara descubierta… ¡Ay amigos! Ese es otro cantar.

Pasa en los hospitales, en las oficinas bancarias, en las tiendas y supermercados, en todos lados ¿Cómo será su boca, su sonrisa, sus labios  serán gruesos o finos, sus comisuras?

La curiosidad me come y las ganas de decirle ¡desnúdate, quítate la mascarilla! Me vienen siempre, no me atrevo pero me corroe la incertidumbre.

Toda la vida desgranando las distintas bocas, mirando labios, sonrisas y medias sonrisas, imaginando susurros y besos de desconocidas y ahora la tela esconde el origen del deseo y el sueño.

Y dicen que va a seguir esta norma en los lugares cerrados ¿que pasará con los poetas, con los pintores y escultores, cuánto tiempo estaremos condenados a la visión mutilada, a pervertir la realidad con ese horrible uniforme quirúrgico?.

Ayer pensando en con qué acompañar estas bocas ausentes llamé a Eduardo Castro, el fotógrafo ¿tienes fotos de bocas femeninas anónimas? No sé, no sé… pero pienso y te digo. En un rato en el wasap aparecieron caras y bocas de mujer ¿de quien son Eduardo? ¡la duda ofende! Son mías. “Son las fotos de dibujos parciales para tu texto sobre labios…dibujos de Eduardo J. Castro para EL ZOO ERÓTICO DE GAIA de Editorial Turquesa con textos de Juan José Bacallado  y poemas de Javier de la Rosa, con presentación de Mario Benedetti y prólogo de Joaquín Araujo… y de regalo…niño deja ya de joder con la pelota…”

Ese es un libro extraordinario, una auténtica joya.

Los dibujos fortalecían la idea del texto de hoy, lo hacen más visible.

Me resisto a vivir entre caras tapadas, me resisto a no ver tu boca.

Quiero imaginarte completa, sin esconderte tras la tela, quiero ver tu cara desnuda, ver si sonríes o te enfadas.

Verte.

Benjamín Trujillo

btrujilloascanio @gmail.com