El uso histórico del camino de Los Aceviños de Hermigua

La fecha de fundación del asentamiento no está clara, a juzgar por la toponimia de la zona parece quedar descartado el origen prehispánico; su procedencia puede estar relacionada con el crecimiento demográfico del siglo XVII, momento en el que los señores de la Isla iniciaron una política de repoblación cuya muestra más importante es la fundación del vecino pueblo de Agulo. Tal vez la zona no fue ocupada de forma permanente, y la presencia humana fuera temporal, relacionada con la explotación forestal, pues la primera evidencia escrita de asentamiento fijo la encontramos de la mano de Pedro de Olive en 1865, en su Diccionario Estadístico-Administrativo, que otorgaba al pago la cifra de 10 habitantes.

La necesidad de nuevas tierras para cultivos de abastecimiento interior, cereales y papas fundamentalmente incentivó la labor de roza y roturación. Si además añadimos la abolición del señorío en 1836 y la posterior desamortización, muchas de las tierras y montes inmediatos al caserío pasan a manos de nuevos amos residentes en el vecino valle de Hermigua. Por esta razón una parte de las parcelas son explotadas en régimen de medianería por los moradores de Los Aceviños. El marco de un nuevo sistema de relaciones socioeconómicas entre el valle y el monte está cada vez más definido. La conexión física, es decir, el camino que une a ambos territorios, es el escenario de unas manifestaciones sociales, económicas y etnográficas de especial singularidad.

El intercambio económico

Al carecer Los Aceviños de acceso rodado hasta la segunda mitad del siglo XX, momento en que se comunica a través de los barrios cumbreros del vecino término municipal de Agulo -Sobreagulo, La Palmita y Meriga-, todo el intercambio de mercancías se realizaba a lomos de bestias de carga o simplemente al hombro y a la cabeza. Del monte bajaban al valle diariamente cargas de carbón, leña, ramas, horquetas para viña y platanera, piezas de ajuar doméstico realizadas en madera (morteras, cucharas, espumaderas, etc.), instrumentos de música tradicionales como tambores y chácaras, alimentos generados in situ como papas, cereales, frutas de medianías, lana, carnes, etc. En sentido contrario se subía toda clase de alimentos no generados arriba (pescado, frutas de clima cálido, etc.) y objetos de consumo de procedencia exterior (telas, alpargatas, aceite, sal, jabón…).

Uno de los elementos que acentuó el tránsito diario desde las zonas bajas hasta el monte fue el extraordinario desarrollo del cultivo de la platanera en el valle de Hermigua. Este llegó a tener tanta importancia económica en la primera mitad del siglo pasado que generó una sobreexplotación de jornaleros y medianeros a manos de la clase dirigente propietaria de la mayor parte de las tierras. Sirva como ejemplo el establecimiento de contratos de medianería a partir de una fanega de tierra, que en medida local no completa los 200 metros cuadrados, en la cual se debía tener animales de cuadra y cultivos.

Evidentemente este tipo de contratos carecen de toda lógica en lo referente a la manutención animal, pues la escasa superficie no aporta restos de cosecha suficientes para alimentar y aportar cama a una o varias vacas, cabras en su defecto y el tan necesario burro. Por lo tanto, los sufridos medianeros debían recurrir a incursiones en el bosque para alimentar su ganado además de producir estiércol y leche (que puntualmente había de ser entregada en la casa del amo al amanecer de cada día). Este aprovechamiento forestal se realizaba de forma legal mediante arriendo o cesión, y mediante el pillaje en la mayoría de la ocasiones.

Es destacable también la utilización del camino, además de los vecinos del barrio, por sufridos viajeros procedentes de otros pueblos de la Isla, especialmente de las comarcas Norte y Oeste -Vallehermoso, Chipude, Arure, etc.- que acudían a Hermigua por diversas razones, pero especialmente para acudir a una pequeña clínica radicada en el pueblo. En casos de cierta gravedad, o en los que el médico no podía desplazarse para visitar a los enfermos o accidentados, estos eran trasladados en parihuelas a hombros de parientes y vecinos, como claro ejemplo de solidaridad.

En todos los casos, era muy común observar en la distancia el resplandor de hachones y faroles en la oscuridad de la noche, o los hábiles saltos realizados con astias de pastores utilizadas por algunos caminantes para agilizar la marcha.

JOSÉ ENRIQUE NIEBLA es Profesor de Geografía e Historia

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *