La Fortaleza de Chipude (La Gomera): La Montaña Sagrada

El patrimonio arqueológico gomero, tan desconocido como injustamente olvidado, se ha convertido en elemento noticioso en fechas recientes. El hallazgo de la notable estación de grabados rupestres alfabéticos denominada Las Toscas del Guirre o la inauguración del Museo Arqueológico Insular vienen a confirmar la creciente relevancia del legado de las poblaciones indígenas de La Gomera.

Las prospecciones y excavaciones realizadas en los últimos años han permitido sacar a la luz nuevos datos que vienen a transformar notablemente la visión del pasado precolonial de La Gomera. Un pasado cuyo estudio cabe señalar, a partir de las investigaciones desarrolladas por el doctor Juan Bethencout Alfonso. Precisamente será la denominada Fortaleza de Chipude, el lugar donde este erudito lleve a cabo un primer estudio sobre la prehistoria insular gomera, en el último tercio del siglo XIX.

Las primeras referencias

Bethencourt Alfonso, en su ‘Historia del Pueblo Guanche’, señala cómo en el año 1874 ya descubrió una serie de construcciones, “en parte derruidas”, de las que dejará una cumplida relación en un artículo posterior publicado en el número 73 de la ‘Revista de Canarias’, correspondiente a diciembre de 1881. En el mismo señala que en la superficie de esta meseta “[…] se advierte un gran número como de pequeños corrales hechos de piedra seca o sin argamasa, algunos de cantos rodados transportados de los barrancos; ya de figura circular o elíptica, que, desde luego, revelan su antigüedad […] y una arquitectura extraña al pueblo actual”. Bethencourt, atendiendo a su “uso probable”, los clasifica como: “edificios que parecen haber servido de viviendas al hombre […] de un metro de espesor, que fueron todos circulares, sólidamente edificados, de tres metros de diámetro, por uno y medio a dos metros de altura”. En segundo lugar, “corrales”, que estima debieron servir para encerrar ganado. El tercer grupo lo constituyen pequeños círculos de piedra, que él sospechó sirvieron para recoger líquidos, a modo de cazoletas, y que “estaban tapados como por una pequeña pirámide de piedra”. Y por último, “monumentos que fueron verdaderos ‘pireos’”. En el mejor conservado, destacó la presencia de “trozos de huesos de cabra y de cabrito calcinados, cuchillos de piedra, al parecer de fonolita, con los que sacrificaban las reses; pedazos de carbón y leña casi carbonizada que juzgamos son de brezo o tagasaste, y una piedra del tamaño de una naranja, redondeada por la mano del hombre y medio quemada, que ignoramos a qué uso se destinaría”.

También será Bethencourt Alfonso el primer autor que conceda a esta fortaleza, dadas sus especiales características, la consideración de “Montaña Sagrada”. Lo cierto es que este cúmulo domo, producto de una erupción volcánica, cuya lava se ha expandido al final del conducto de emisión, y que posteriormente ha sido modelado por la erosión, constituye un hito paisajístico que define este sector suroeste de la Isla. Un espacio que, sin duda, constituyó un lugar de especial significación para los antiguos gomeros.

La antigua Argodey

Las referencias de las fuentes etnohistóricas nos hablan de un lugar en el que se desarrollaron unos hechos, realizando una descripción que nos acerca a lo que hoy conocemos como Fortaleza de Chipude y que los indígenas llamaban Argodey. Así, el ingeniero Leonardo Torriani, en su ‘Descripción de las Islas Canarias’, señala cómo “[…] reunieron todos los isleños, los cuales hallaron a los cristianos aislados del mar y en medio de la batalla; y los obligaron a retirarse a un sitio alto, que en lengua antigua se dice Argodei, que significa ‘fortaleza’, por estar formada por un risco muy alto, la cual […] tiene entrada por un solo lado”. En términos similares se expresarán Abreu Galindo y Marín y Cubas, en torno a este episodio que refiere la entrada de Fernando de Castro, y que los historiadores modernos sitúan cronológicamente entre 1424 y 1425.

Las especiales características de este espacio arqueológico, han llevado a diversas interpretaciones, no siempre próximas a la realidad observable. Es el caso de H. Nowak, que habla de altares, betilos y destaca una oquedad en la roca, cerca de la entrada, a la que otorga el carácter de “abertura de libaciones”, apreciaciones que serán rechazadas por el profesor Elías Serra Ráfols, que las considerará “sensacionalistas”, dando por válida la completa descripción realizada por el ya mencionado Bethencourt Alfonso.

La excavación arqueológica

La excavación y estudio del yacimiento que llevó a cabo el Departamento de Arqueología de la Universidad de La Laguna en 1973 determinó la presencia de siete tipos de estructuras, que responderían a las categorías de cabaña circular, redil, conjunto de cabaña-redil, cabaña abrigo y hogar. En cuanto a la datación por Carbono 14 en una muestra de carbón vegetal, dio un cronología de 470+/-60 después de Cristo. No obstante, la inexistencia de estratigrafía no permite establecer que no se utilizara con anterioridad, aunque sí aparece clara su reutilización posterior.

En la actualidad, el estado de este yacimiento, muestra las secuelas de su inadecuado uso, habiéndose modificado las estructuras originales para crear nuevos elementos como círculos concéntricos y espirales de piedra, supuestamente destinados a determinados “cultos”, dañando así de forma irreversible este espacio patrimonial. Contribuye a ello el que se haya popularizado este lugar, como un destino al que acuden numerosos excursionistas, que no siempre se muestran respetuosos con los valores patrimoniales que alberga. Cabe señalar que, además de su interés arqueológico, la Fortaleza está catalogada como Monumento Natural protegido, donde alberga interesantes endemismos botánicos amenazados y constituye un espacio de singular interés geológico y, sin duda, paisajístico.

Jorge Miranda Valerón es historiador. Rubén Naranjo Rodríguez es geógrafo y profesor de Secundaria

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