La Memoria Silenciada – Los Salones de Fyffes

Fyffes era una compañía inglesa exportadora de frutas, que cedió sus almacenes para el encierro de republicanos. La cárcel se dividía en tres grandes espacios o “salones”, dos de ellos muy amplios y el tercero más reducido, que recibió el nombre del Guano, porque era el lugar donde la compañía frutera inglesa acumulaba los sacos de abonos químicos.

Al poco tiempo, a la cárcel se le adjuntó un patio de unos cien metros cuadrados, rodeado por una alambrada, donde se ubicaron los servicios y las duchas. En las tapias de aquella prisión improvisada se dispusieron también líneas de alambre de espino, alambre que fue donado por el representante en Tenerife de la naviera británica Elder, a la sazón cónsul de Suecia.

Las cubiertas estaban formadas por planchas de cinc que, en verano, provocaban un calor asfixiante y, en invierno, convertían el interior en una estancia húmeda y fría. El suelo era de cemento. Las condiciones de vida en Fyffes eran duras. El hacinamiento era una de las características de la prisión. “No nos podíamos revolver dentro de aquellas paredes. No era posible caminar sin tropezarse con alguien, moverse sin molestar a algún compañero”. Son los testimonios de algunos de los prisioneros republicanos que sobrevivieron a Fyffes.

La alimentación era escasa y servida en mal estado, las raciones descritas como “bazofias” e “inmundicias”. Los presos intentaban compensar esta deficiente alimentación con los paquetes que les enviaban sus familiares. La falta de higiene saltaba a la vista: los evacuatorios y las duchas resultaban insuficientes para tantos presos y los suelos donde yacían los jergones estaban llenos de chinches.

La malnutrición y la carencia de higiene propiciaron peligrosas epidemias que diezmaron la prisión. Cuatro médicos eran incapaces de atender el gran número de afecciones de garganta, tifus y otras enfermedades estomacales e intestinales. También la tuberculosis era frecuente. Muchos internos fallecieron durante su periodo carcelario y decenas de supervivientes tienen, en sus expedientes, anotaciones que reseñan su paso por el Hospital de Santa Cruz de Tenerife o por el Dispensario Antituberculoso.

Sin embargo, las escenas más angustiosas grabadas en las memorias de los reclusos fueron las deparadas por los sentenciados a la pena capital encerrados en la celda de los condenados y las provocadas por las rondas nocturnas en busca de prisioneros para ser ejecutados de forma clandestina. Especialmente dura fue la tragedia de veintiún jóvenes militantes de la CNT fusilados en masa el 23 de enero de 1937.

Las noches de todo aquel año constituyeron una auténtica locura exterminadora. Los militares y falangistas llegaban con listas de presos que eran sacados de allí y hechos desaparecer para siempre. La incertidumbre ante la posibilidad de que dijeran su nombre era, a juicio de los que lo recuerdan, la mayor tortura a la que puede ser sometida una persona.

Los dirigentes y afiliados de la izquierda que sobrevivieron a las desapariciones, a las condenas a la última pena y a los fallecimientos por enfermedades fueron sometidos a un duro castigo físico y psicológico que les mostraba los riesgos aparejados a la movilización política.

El encierro en Fyffes y en otros campos de concentración constituía un escarmiento, la enseñanza de que, una vez en libertad, si no se implicaban en acciones de oposición, el nuevo régimen les permitiría desarrollar su vida sin repetir una experiencia como la padecida en prisión.

La inscripción en los cursos de religión, la asistencia a misa, la obligación diaria de cantar himnos falangistas o la realización de labores en la cárcel preparaban para aceptar vivir bajo el nuevo orden franquista y, por tanto, se convertían en pequeños pasos hacia la libertad, pues eran requisitos previos para que el capellán de la prisión firmase el certificado de poseer “la cultura mínima religiosa” y para que la junta de disciplina del penal concediese la calificación de buena conducta.

Hasta 1943, se retuvieron aquellos presos políticos que, a juicio de las autoridades franquistas, habían cometido actos de gravedad o era arriesgado para el control social su reintegración a la localidad de origen.

Catorce años después de su creación, Fyffes dejó de ser una cárcel militar y pasó a ser un establecimiento penitenciario dependiente del cuerpo de prisiones.

Su misión, su espantosa misión, ya había sido cumplida.

Extraido de: http://fusiladosdetorrellas.blogspot.com

 

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