Relatos de viajeros: El periodista Jacinto Terry en Vallehermoso (La Gomera), 8 de octubre de 1908

Hace algún tiempo, buscando determinada información encontré otra que no buscaba, aunque, tan valiosa o más que la esperada. Como dice el refrán, lo que no se espera se agradece. En este caso, el texto que adjunto, ofrece datos y valoraciones sobre la Playa de Vallehermoso, El Roque Cano, y sobre algunos aspectos sociales muy interesantes de Vallehermoso.

El Sr. Terry realiza observaciones críticas durante su viaje por El Valle. Entiendo que acierta en la descripción del Roque y sus diversos perfiles, y me ha dado una nueva imagen que no tenía: he descubierto que El Roque también puede ser un ministro emperchado.

Respecto a la Cueva de las Palomas, hay que matizar que actualmente no existe, porque, hace algunos años hubo un derrumbe, como Larry predijo; aunque, la “morada” de la Virgen de Candelaria actualmente se observa “colgada” en el risco.

Es tremenda y significativa la descripción, y sus opiniones, sobre el trabajo de las cargadoras.

Entiendo que el autor escribe con esa “chispita” filosófica que expresa un humanismo crítico pleno de valores y compromisos con la práctica de su profesión, periodista. Valores que tanto se hecha en falta actualmente, cuando observamos las sesgadas informaciones que transmiten algunos/as periodistas que tienen como prioridad cobrar el cheque a cambio de lo que sea.

El Sr. Jacinto Terry es el seudónimo con el que firmaba el prestigioso periodista tinerfeño Joaquín Fernández Pajares.

Pero, mejor, sin más comentarios, lean e interpreten:

“LA VIDA EN LOS PUEBLOS”

“Filosofías sobre un jamelgo. La Cueva de las palomas. El Roque de Vallehermoso. Pláticas del cura. Las cargadoras. Lo que diría Salvochea. ¡Arre mula!…”

“Tres días de agitación continua y halagadora los últimos pasados en esta poética isla de la Gomera. Primero, casi á la caída de la tarde, en esas melancólicas horas que preceden á la obscuridad nocturna, la impensada salida para Agulo, que me ha servido para conocer caminos dignos de personajes aéreos, que me ha hecho observar un espectáculo de muerte en el que yo simbolicé el desparecimiento de la Religión queriendo anudar la salvación eterna con los bienes terrenales y que describiré en otra ocasión si la pluma me da tiempo y el tiempo no me abandona; después, á la mañana siguiente, el retorno á Vallehermoso, caballero en una mula de la que malas lenguas dicen tuvo ataques de demencia en su juventud y ha arrojado al suelo á más de un jinete, sin que afortunadamente pueda yo dar fe de la maledicencia, dándome exacta cuenta de lo necesarias que son en esta isla algunas carreteras para facilitar las comunicaciones entre sus pueblos y pensando en que al llegar á Vallehermoso encontraré cartas que me noticien cosas del mundo y lamentando que aquí, á dos pasos de Europa, se entera uno de las cosas doce días después de haber ocurrido, lo que no es mucho para esta época de la telegrafía sin hilos; y por último, al tercer día un paseo á la playa.

A nadie le importará seguramente que yo haya almorzado en la playa ó no; pero á mi tampoco me importa que los demás almuercen, y váyase lo uno por lo otro. Como se ve, Nietzche va ganando mucho terreno. Conste, pues, que he almorzado en la playa y que lo hago constar no para que se sepa, sino para justificar mi estado en la Cueva de las palomas, que de otra manera sería inconcebible.

La Cueva de las palomas es una concavidad irregular formada por las olas en su batir constante sobre estas enormes rocas que como para guarecer al valle avanzan hacia el mar en bélica actitud, lo bastante grande para que seis individuos puedan almorzar holgadamente y lo bastante pequeña para que esos individuos no puedan huir á prisa ante un desprendimiento del terreno. Afortunadamente esto último no puede suceder. Manos previsoras, guardadoras solícitas de la Humanidad, han tenido buen cuidado de colocar en uno de los huecos una imagen de la Virgen de Candelaria. Con esto se ha remediado el peligro. Podrá ocurrir un accidente, un fenómeno geológico podrá hacer derrumbar la mole suspendida sobre la negra arena de la playa, se vendrá abajo el enorme risco, se vendrá abajo la enana vegetación de su cumbre, la virgen también se vendrá; pero no por eso hemos de dejar de creer en su poder milagroso.

Terminado el almuerzo, andando pesadamente, como frailes que tras de predicar la frugalidad acabasen de salir del refectorio, hacemos una visita al pescante en construcción; un empleado del Estado, cocinero admirable, capaz de reconciliar á uno con todos los ministros de Hacienda habidos y por haber, un fotógrafo valenciano, un acaudalado comerciante y un señor que mientras me explica las diferentes aplicaciones de las piezas que han de constituir el pescante, me habla de Cicerón, de Hipócrates, de Confucio, de Jesús, de Mahoma, de Heredia, de Avellaneda y hasta de Azorín, que es el colmo de la habladuría.

Ya de tarde disponemos el regreso hacia el pueblo. Monto en una yegua, dócil y obediente como dicen los Santos Padres de la Iglesia que debiéramos ser todos los hombres, y desde la playa hasta el pueblo, unos cuatro kilómetros, no quito la mirada del Roque de Vallehermoso, fantástico guardián de estos barrancos, admirable porque no presenta siempre la misma forma, digno de observación porque su estructura varía á cada instante, sublime porque su poliforme configuración nos hace sentir distintas emociones, grandioso porque á cada cien pasos nos enseña faces diversas… Si al Roque se le pudiese dar vida y vestirlo con levita y sombrero de copa no tendría precio para desempeñar una cartera ministerial.

Antes de entrar en el pueblo hacemos una parada para fumar un cigarro tranquilamente y encontramos al cura platicando en tono amigable con el maestro de escuela. Entablamos conversación y se empieza á hablar de un individuo que aquí se propuso estar en silencio durante cuatro años y ha cumplido religiosamente su promesa.

—¿Religiosamente?-—interrumpe el cura con viveza.—Pues ahora verán ustedes—yo un día le pregunté si con la novia hablaba y me contestó por señas que sí.

La malicia ha circulado burlona por los ojos miopes del pastor de almas y ha entreabierto sus labios en una sonrisa irónica. Yo intervengo con la sana intención de hacerle ver que cuando hay una mujer por medio las promesas se cumplen á medias: lo mismo las promesas del olvido que las promesas de castidad. El cura asiente beatíficamente y emprendemos de nuevo el camino viendo pasar junto á las patas de nuestras cabalgaduras unas mujeres de tez quemada por el sol, jadeantes de cansancio, como bestias mal heridas que huyesen de la persecución del hambre llevando á la cabeza los restos de su hogar, de cuerpos cimbreantes y ondulados, de pies desfigurados por la rudeza del trabajo, las manos á lo alto sujetando la preciosa carga, la mirada al frente acortando con ella las distancias, el andar precipitado, como si tuviesen prisa en ganar prontamente el dinero ofrecido. Son las cargadoras; las que trasportan velozmente el fruto desde lejanas distancias al punto de embarque, las que llevan sobre sus anémicos cuerpos la riqueza de la isla sin aprovecharse de ella en lo más mínimo, las que ambicionan ganar una peseta para reunir el coste de la contribución á fin de que el Estado no les lleve el pedacito de tierra que les da el millo para el año. Trabajadoras para contribuir con sus fuerzas al sostenimiento del fausto nacional; multíparas para dar muchos hijos que defiendan noblemente la patria; buenas cristianas para que Dios no las abandone á la hora de la muerte… Recuerdo que mi amigo Salvochea decíame un día que cuando nuestros sucesores se enteren de que hubo una época en que los hombres se desvivían por sostener ciertas cosas, nos motejarán de idiotas… ¡Arre, yegua!…Y la yegua ha vuelto á caminar, dócil y obediente, como dicen los Santos Padres de la Iglesia que debiéramos ser todos los hombres…”

Jacinto Terry. Vallehermoso.

Diario El Progreso. S/C de Tenerife, 8 de octubre de 1908

 Recopilación datos: Andrés Raya Ramos

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