Así eran los emigrantes canarios en Estados Unidos, a principios del siglo XIX

Manuel Mora Morales

 

En 1941, Walter Prichard publicó su libro Some interesting Glimpses of Louisiana a Century Ago, donde incluyó un artículo aparecido un siglo antes en el principal periódico de Nueva Orleans, Weekly Picayune. Ese artículo había sido escrito, en el año 1838, por un periodista que se interesó por la vida de los descendientes de emigrantes canarios que vivían en San Bernardo, una población situada justo al lado de Nueva Orleans.

Finalmente, un profesor norteamericano, Gilbert C. Din, escribió un ensayo sobre la comunidad isleña y, en 1982, comentó de esta manera aquel interesante artículo.

En las primeras décadas del siglo diecinueve no se escribió casi nada sobre los canarios de la Luisiana. No fue hasta 1838 que el redactor del periódico de Nueva Orleans, Weekly Picayune, en un artículo breve dio un bosquejo de la vida de los canarios de San Bernardo que ya estaban en la segunda y tercera generación de su estancia en la Luisiana. Más que nada describió a los canarios que iban al  «mercado vegetal» de Nueva Orleans para vender sus cosechas de batatas, ajos, calabazas, cebollas y otras legumbres. Llegaban de San Bernardo en sus carros tirados por bueyes a media rinche, y pasaban la mañana siguiente vendiendo sus vegetales. Después visitaban una tienda de comestibles donde el dueño, otro español, les daba el desayuno y ellos compraban lo necesario. Todos hablaban español. Su modo de vestir y sus costumbres eran distintos del resto de la población. Calculaba el redactor, que en 1803, al tiempo de adquirir la Luisiana los Estados Unidos, el número de canarios de San Bernardo pasaba de 800.

Para enterarse mejor de la vida de los españoles, el redactor hizo un viaje a San Bernardo. Muchos de los canarios continuaban siendo pequeños agricultores aunque algunos se ganaban la vida cazando y pescando para suministrar al mercado de Nueva Orleans. Eran gente sencilla, con una cortesía natural y una conducta franca. Respetaban a los ancianos y, según el redactor (pero en realidad faltando a la verdad), se casaban entre sí solamente.

Les encantaba ir de paseo y visitar a sus vecinos. El camino de Terre-aux-Boeufs estaba lleno los domingos de sus cabriolés, que eran nada más que un simple carro. La iglesia de San Bernardo era bonita, sencilla por fuera y con muchos ornamentos por dentro. Detrás de la iglesia se encontraba el cementerio público. (La iglesia de San Bernardo de hoy día se localiza en el mismo lugar). Los «isleños», continuó el redactor, eran una gente feliz pero sin grandes luces. Sin embargo, poseían una virtud social noble: ninguno gozaba un placer sin compartirlo con sus vecinos. Finalmente, era de la opinión el periodista que dentro de poco tiempo una marea de progreso, innovaciones y americanismos iba a vencer el establecimiento y dejarlo sin rasgo de su herencia española. Pero el redactor no tuvo razón y San Bernardo de hoy día aún conserva su comunidad «isleña».