Vapor Valbanera, el naufragio fantasma

 

El próximo mes de septiembre de 2019 se cumplen cien años del misterioso naufragio del vapor Valbanera. Un extraño caso que aún tiene muchos cabos sueltos, a pesar de haber transcurrido un siglo entero.

Este artículo narra su historia a través del relato de pasajeros, entrevistas a estudiosos, prensa de la época y documentación oficial desclasificada.

UNA PESADILLA COLECTIVA

Una de las memorias más funestas del pueblo canario está vinculada al último viaje del Valbanera, un buque español de la naviera Pinillos Izquierdo y Compañía que en el verano de 1919 debía transportar a cientos de emigrantes procedentes de las Islas Canarias, y a otros de diversas regiones españolas, a Puerto Rico y Cuba. Este barco se hermanó con el misterio desde el momento mismo de su botadura. No faltó quien manifestara que el error cometido en su nombre, Valbanera, escrito con una falta de ortografía en los astilleros ingleses (la naviera tenía previsto bautizarlo Valvanera, en honor de la Virgen de la misma advocación, en Rioja), era signo de un futuro infausto. Por desgracia, así lo corroborarían los infortunados incidentes que protagonizó durante varias travesías entre España y América.

Las consecuencias de la crisis –producida por la reciente pérdida de otros barcos, como el Pío IX o el Príncipe de Asturias, y por una epidemia de gripe española, desatada a bordo del Valbanera en su último viaje de Cuba a Canarias y que bien merecería otro artículo– determinaron que la tripulación fuese completamente reemplazada por otra nueva, menos experimentada. Más adelante, veremos que esa decisión pudo ser crucial para que los hechos ocurrieran de determinada manera. Lógicamente. Pinillos Izquierdo y Compañía guardó silencio en los primeros momentos y sus notas de prensa se ajustaron a sus intereses.

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EL VALBANERA RECOGE PASAJEROS

El día 9 de agosto de 1919, la Inspección de Buques otorgó el visto bueno para que el vapor zarpase del puerto de Barcelona, con 98 pasajeros a bordo.

Después del reciente hundimiento de otros dos buques de la misma naviera, con cientos de muertos, parecía estadísticamente imposible que sobreviniese una desgracia más, pero los nervios de los propietarios de la naviera estaban a flor de piel, porque la mala suerte no sabe de estadísticas ni de probabilidades…

Dos jornadas más tarde, el 11 de agosto, el Valbanera llegó a Valencia. Subieron 121 pasajeros y el vapor continuó su viaje hacia Málaga, a cuyo puerto arribó el día 13. Allí descendieron un matrimonio y una señora; embarcaron 34 nuevos pasajeros. En esa misma jornada, zarpó hacia Cádiz. Aquí entraron 76 personas y el buque puso la proa rumbo a las Islas Canarias, con una cantidad total de 326 pasajeros.

El día 17 arribó el vapor al Puerto de La Luz, en Las Palmas de Gran Canaria, donde embarcaron 243 pasajeros. La siguiente escala fue Santa Cruz de Tenerife, ciudad en la que permaneció tres días. En este puerto, la esposa del capitán abandonó el barco y subieron otras 212 personas.

Una de esas personas era Andrea Josefina del Pino Suárez. Tal vez debería decir sería, porque en esos momentos viajaba dentro del útero de su madre, una tejinera. Conocí a esta anciana en La Habana, cuando contaba 84 años de edad. Me dijo que a su padre “le decían Chano. Vino en el barco Valbanera y mamá me traía en su vientre. Eso fue en el mes de septiembre que embarcó mamá en el Valbanera allá en España, en Canarias.”

En realidad, todavía era agosto y el día 21 del mismo mes fondeó en Santa Cruz de La Palma. Entraron 106 pasajeros más. En total, contando a los 88 tripulantes, se encontraban 975 personas a bordo: 88 tripulantes, 326 peninsulares y 561 canarios, contabilizando a Isabel, una niña de dos años, procedente de Vallehermoso. En el viaje, el número de pasajeros aumentó, puesto que doña Agustina Ramírez, de Telde, se puso de parto y dio a luz a un niño que no llegó jamás a pisar tierra cubana.

Las listas de embarque y el número de pasajeros que manejan distintos autores no coinciden y llegan a tener grandes diferencias. Los datos aquí reflejados han sido extraídos de las listas de pasajeros recopiladas por el aragonés García Echegoyen de diversos diarios de la época y, a mi entender, son las más fiables que se conocen, aunque el propio autor reconoce que no están completas.

El mismo día que el vapor llegó a La Palma, volvió a zarpar. Levó anclas y… ¡El ancla de estribor se desprendió y quedó en el fondo de la bahía! A pesar de todo, erróneamente, el capitán consideró improbable la rápida recuperación del ancla y ordenó poner rumbo a Occidente. En la capital de la Isla Bonita, quedaron como recuerdos un ancla sumergida y un penacho de humo negro que se deslizó ladera arriba, hacia el Pico de las Nieves. Sólo varias semanas más tarde, un perlo interpretó estas señales como presagios de grandes males.

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EL VIAJE HASTA PUERTO RICO

En la travesía, el tiempo fue de verano y muchos pasajeros prefirieron dormir sobre cubierta antes que utilizar los camastros y los jergones fétidos de la Clase Emigrante.

Después de diez días de navegación por el Atlántico, el Valbanera ató sus cabos en el muelle de San Juan de Puerto Rico, cuando se hallaba en pleno auge la industria azucarera. Era el día primero de septiembre de 1919 y los puertorriqueños estaban casi estrenando su ciudadanía estadounidense, por medio de la Ley Jones, sin derecho al voto presidencial, pero exentos de pagar impuestos federales. Así, todo el mundo quedó feliz: los puertorriqueños con su ciudadanía y los dueños norteamericanos de las fábricas de azúcar sin gravámenes fiscales. En ese tiempo, había un intenso tráfico de personas y de semillas de cebolla entre los pueblos del Sur de Tenerife (San Miguel, Granadilla,…) y los del Norte de Puerto Rico (Arecibo, Hatillo,…).

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SANTIAGO DE CUBA

Desembarcados unos y embarcados otros, de nuevo se hicieron a la mar y divisaron el Morro de Santiago de Cuba el día cinco. Muchos de los que iban hacia La Habana decidieron quedarse en este puerto de Oriente. Un señor de La Gomera llevaba el encargo de entregar unos zapatos a un emigrante de su isla. Por mucho que lo buscó, no logró encontrarlo antes de la salida del barco. Incapaz de no respetar la palabra dada a los familiares de su paisano, prefirió perder su embarque y continuar indagando por su coterráneo. A otros viajeros, por diferentes causas les sucedió lo mismo. Me contaba un historiador cubano esta graciosa anécdota:

«[…] recuerdo el caso de Pedro Tocino, le decían Pedro Tocino y ahora no recuerdo el apellido. Era de la Palma. Pues que se le va el barco. Se le va el barco porque estaba tomando, estaba bebiendo cerveza, ron,… en un bar. Entonces oye el pito del barco y le dicen: mira, se te va el barco. Y él estaba tomando y tomando, y dice: bueno, que se vaya el barco que yo me quedo aquí tomando cerveza.»

Otro testimonio es el de la ya mencionada Andrea Josefina del Pino Suárez, cuya madre llegó a Santiago, durante su embarazo:

«Llegaron a Santiago. Papá quería seguir a La Habana y una pila de compañeros que traía el barco le dijeron que no, vamos a quedarnos aquí. Mamá estaba mal, se sentía mal con la barriga mía y, bueno, determinaron bajarse en Santiago.»

Ramiro García Medina, inmigrante isleño en Cuba, ingeniero agrónomo e investigador de la inmigración canaria, me dijo una mañana, en su casa de Camagüey, mientras bebíamos un café muy sabroso y me enseñaba sus trabajos inéditos:

«Hay una señora en Florida, María de la Concepción, que vino en el Valbanera con su familia. Era ella pequeña. Sus padres y sus hermanos vinieron en el Valbanera y ellos se bajaron en Santiago de Cuba, porque los esperaba un familiar allí y su ubicación era para la zona oriental, para Las Tunas, por eso no siguieron en el viaje.»

En Santiago de Cuba se quedaron casi 500 personas, muchas más de las que debían abandonar el vapor en esta ciudad. Faltaría saber cuántos viajeros descendieron y subieron en San Juan de Puerto Rico para tener una cifra exacta. Algunos se quedaron para montar en el ferrocarril hasta La Habana, otros por una corazonada, otros por conocer a la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, y otros, porque les ofrecieron trabajo.

El día 7 de septiembre de 1919, mientras el Valbanera se hallaba todavía anclado en la hermosa bahía oriental, el Observatorio Nacional de Cuba difundió el siguiente parte sobre un ciclón detectado en el Caribe:

«[…] No creemos que ofrezca peligro para Cuba, pero conviene estar con cuidado del meridiano de La Habana para el Oeste».

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RUMBO A LA HABANA

El Valbanera zarpó desde Santiago, con destino a La Habana. A bordo había todavía 488 pasajeros. La mar estaba en calma chicha, pero horas más tarde, la tormenta anunciada hizo su aparición con una violencia inusitada. Quizás, un capitán más experimentado y conocedor de los mares caribeños, como era el destituido, no habría tomado la arriesgada decisión de zarpar con el riesgo inminente de tormenta. Pero Ramón Martín Cordero, al mando de la nave, no había navegado por aquellas rutas e interpretó literalmente el parte meteorológico, como si estuviera en el Mediterráneo.

Tras una noche con la mar embravecida, cuando se hallaba a la altura de la ciudad de Matanzas, con el viento soplando a 104 kilómetros por hora, el capitán del Valbanera envió a la Estación Radiográfica de La Habana este mensaje:

«Estoy capeando el ciclón sin novedad. Llegaré a La Habana el 10».

El día 9 de septiembre, la tempestad entró en La Habana. Arrancó árboles, voló tejados, derribó puertas, hundió barcos fondeados y arrastró coches por las avenidas.

Cuando volvió a caer la oscuridad, el vapor se encontraba frente al Castillo del Morro de La Habana. En medio de la tempestad, hizo señales desesperadas a los prácticos. Sin embargo, no logró entrar en la bahía. Minuto a minuto, debió crecer el terror a bordo.

Muchas veces he pensado sobre la forma en que habría ido aumentando el miedo en aquellas criaturas indefensas, subidas en un barco que se había convertido en un juguete zarandeado por las olas. Más de una noche, sentado por fuera de mi casa, mirando las nubes negras que cruzaban el cielo, mis recuerdos se acercaron a la tragedia de 1919 y pude sentir un malestar apoderándose de mis sentimientos mientras mi propia imaginación llenaba la oscuridad con los gritos desgarrados de aquella gente. Fue entonces cuando comenzó surgirme la metáfora de un vapor navegando por las venas de cada canario y cuando me percaté de la importancia del Valbanera como un símbolo, como una posibilidad cercana al desastre, como una espada de Damocles eternamente suspendida en el Atlántico, sobre los canarios siempre necesitados de marchar lejos de su tierra por una razón u otra. Quién mejor que Joseph Conrad para describir una tempestad de esta envergadura:

«El vendaval sopló día tras día; soplaba con rencor, sin dar tregua, sin piedad, sin descanso. El mundo no era más que una inmensidad de grandes olas espumosas que nos acometían, con un cielo tan bajo que se podía tocar con la mano y tan sucio como un techo ahumado. En el tormentoso espacio que nos rodeaba había tanta espuma volando como aire. Día tras día y noche tras noche lo único que hubo en torno a nosotros fue el ulular del viento, el tumulto del mar, el ruido del agua barriendo la cubierta. No había descanso ni para el barco ni para nosotros. El barco subía y bajaba, unas veces hundiéndose de popa y otras de proa, se balanceaba atrozmente de babor a estribor, crujía y teníamos que asirnos a cualquier cosa cuando estábamos en cubierta y sujetarnos a las tarimas cuando estábamos abajo, el cuerpo en tensión permanente y la mente llena de preocupación.» (Juventud).

Las versiones sobre la reacción de las autoridades del Puerto de La Habana son variadas. Unas aseguran que se respondió al Valbanera con señales lumínicas, avisándoles que la embarcación de los prácticos no podía salir de la bahía con aquel temporal. Otros han opinado que la culpa fue de la falta de experiencia marinera del capitán y de parte de su tripulación. Algunos periódicos norteamericanos aseguraron que las autoridades habaneras tomaron la decisión de no dejar entrar al Valbanera porque a bordo venía un numeroso grupo de prostitutas al que no deseaban admitir en la capital. En Estados Unidos, este suceso todavía es conocido como «The wreck of the whores», es decir, el naufragio de las prostitutas.

Sea como fuere, el buque en apuros no pudo arribar al puerto y hubo de poner proa a mar abierto, a enfrentarse en solitario con el huracán. Quizás la pérdida del ancla en La Palma no permitió que el barco navegara equilibrado en medio del temporal. Tal vez, los pasajeros se preguntarían si su historia tendría un final feliz, si sus ojos llegarían a contemplar los paradisíacas campiñas de Cuba, a la luz de un nuevo día, o si, por el contrario, nunca verían clarear.

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EL DESCONCIERTO

El día siguiente amaneció en calma, en La Habana. Quienes no habían sido afectados por el temporal trataron de olvidar las malas horas pasadas y volver a sus ocupaciones habituales o a dar un paseo para contemplar las montañas de cascotes y los trozos arrancados al muro del Malecón.

El 12 doce de septiembre, el personal de las oficinas de la naviera Pinillos Izquierdo y Compañía seguía sin informar de la pérdida del vapor; sin embargo, no pudo evitar que corriese el rumor de que el Valbanera no había llegado a puerto. La noticia se extendió, pero no había quien proporcionara novedades sobre lo ocurrido. Sin embargo, ese mismo día sucedió algo insólito.

Según los operadores de la Estación Radiográfica de Key West, una islita cercana a la península de La Florida, a la hora del mediodía llegó una comunicación de un barco que se identificó como el Valbanera y preguntó si había novedades para él. El código de identificación era JTHC y no podían caber dudas sobre su procedencia. El operador, en lugar de responder, fue en busca de sus jefes para comunicarles la noticia. Cuando minutos más tarde intentó el contacto de nuevo, ya no recibió respuesta.

¿Desvarió el telegrafista? ¿Quiso gastar una broma macabra? Es posible. Sin embargo, a esa misma hora, en la estación radiotelegráfica de La Habana, se captó un mensaje idéntico. Aún más: operadores telegrafistas de otros barcos que navegaban en ese momento por el Caribe aseguraron que también lo habían captado. Normalmente, los mentirosos no se ponen de acuerdo ni las alucinaciones entran a la misma hora en personas que trabajan en puntos tan distantes.

Al menos, eso fue lo que dijeron los periodistas y lo que pensó mucha gente. Los rumores fueron creciendo, sobre todo porque el Valbanera no aparecía por ninguna parte. Los cañoneros de la flota cubana Patria, Yara, Martí y Maceo buscaban al buque sin cesar. No lo hallaron. Ni rastro. Los canarios avecindados en el centro de la isla intentaron salir con un remolcador a buscar a sus paisanos desaparecidos.

El 19 de septiembre, un buque de la Armada estadounidense divisó el palo trinquete del Valbanera, hundido a poca profundidad, en las proximidades de un cayo de la Florida, llamado Key West, islote donde había estado exiliado José Martí y que en la actualidad es el paraíso gay norteamericano. Sin embargo, nadie encontró rastros de los 488 pasajeros. Al parecer, se habían esfumado como por arte de magia.

Por esta razón, el Valbanera es un trágico misterio. Se dice que en unos apuntes de la Armada estadounidense se encuentra el informe de un capitán en el que se relaciona cómo encontró una sola cabeza flotando en las aguas cercanas al pecio; sin embargo, en el informe de los buzos desplazados al lugar del naufragio, no se nombra ningún hallazgo de restos humanos. Lo cierto es que todos los botes salvavidas estaban aún a bordo.

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LLEGA LA NOTICIA A CANARIAS

Cuando llegó la noticia del naufragio, la consternación no podía ser mayor en el archipiélago. En esos momentos los canarios tomaron conciencia de que siempre hay un vapor navegando dolorosamente a toda máquina por sus venas. Un vapor que tarde o temprano él o un familiar habrá de tomar para desplazarse a otro lugar, fuera de las islas, como ha sido nuestro destino durante siglos. Hoy, todavía impactados por la tragedia de Barajas, los canarios sabemos que no hemos podido escapar del Valbanera, que como un holandés errante sigue ahí, esperándonos, seguro de que tarde o temprano tendremos que viajar en él. Así, un estremecimiento, un sentimiento, que podríamos nombrar como el síndrome del Valbanera, se va reinstalando en nuestras vidas. Antes del Valbanera fue el velero Lucrecia, una goleta que en 1836, durante una travesía desde Lanzarote a Uruguay, protagonizó uno de los viajes más terribles de nuestra historia; tan espantoso que no me atrevo a rememorarlo en estos tristes momentos. El síndrome a que me refiero no es simple miedo a viajar, es también dolor, agobio e impotencia.

He aquí un artículo del 22 de septiembre de 1919, aparecido en Gaceta de Tenerife, fiel indicador de los sentimientos que se vivían en el archipiélago:

«Sobre el Valbanera

Continúa la misma ansiedad por conocer la suerte que haya podido correr la tripulación y el pasaje del vapor “Valbanera”.

Se carece aún de noticias ciertas que puedan desvanecer el misterio del buque; las que hay, revisten el mismo carácter de gravedad que las ya conocidas, contribuyendo a que perdure la alarma general por la supuesta catástrofe del “Valbanera”.

Rumores injustificados

Rumoreóse ayer tarde que la señora del Capitán del barco, doña Mercedes Fernández Palanco y Cano, había recibido un telegrama dando cuenta de que la tripulación y el pasaje del “Valbanera” se habían salvado y que éste se hallaba embarrancado.

Desgraciadamente la noticia no tuvo confirmación. Lo sucedido fue lo siguiente:

La señora del capitán recibió un telegrama de familiares de su esposo, residentes en Villanueva de Geltrá (Barcelona) acompañándole en el sentimiento, y en la firma de cuyo despacho aparecían los nombres de Balbina, Salvador, colocados a continuación del texto del mismo.

Una señorita de la casa que leyó primeramente el telegrama creyó, dado su estado de ánimo, que las palabras subrayadas decían “Valbanera Salvado”. Después se vio el error causado por la natural ansiedad de recibir noticias conforme a sus deseos.

Quizás de aquí arrancó la sospecha que se propagó por la población.

Ayer se nos comentó una grata noticia que acogemos con la natural reserva.»

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Aparecido en el mismo periódico, el día de la Octava del Cristo de La Laguna, pocos días después:

«El Valbanera ha desaparecido en la travesía desde Santiago de Cuba a la Habana, sin que se haya encontrado rastro alguno del buque en las costas de Cuba.

[…] Pudiera abrigarse también la esperanza de que el barco, con graves averías y sin gobierno haya sido alejado por las corrientes de las costas de la Gran Antilla, y se encuentra solo y sin poder comunicarse en alta mar. Sin embargo no queremos que nadie se forje ilusiones que tal vez la triste realidad venga a desvanecer después.. […].»

La naviera permanecía callada, a pesar de conocer ya el descubrimiento del vapor en las costas de Florida. El viernes, 26 de septiembre, se publicó lo siguiente, en Tenerife:

«Llegada a la Habana de supervivientes

Tenemos hoy que ofrecer a los lectores una noticia que estamos seguros en muchos hogares, al conocerse, hará concebir esperanzas en cuanto a la probable salvación del esposo, del hijo, del hermano, del padre o del amigo a quien ya se lloraba por muerto. […]».

La aparición de estas noticias contradictorias tenía a la población canaria sobre ascuas. Unos días más tarde, un comunicado de la naviera Pinillos Izquierdo y Compañía puso fin a las vanas esperanzas de los familiares de las víctimas:

«Supónese que si bien las condiciones marineras del Valbanera eran más que suficientes para resistir una tromba, podría ser muy bien una avería en las máquinas o timón, lo que hubiese dejado sin gobierno en medio del temporal y que un golpe de mar le hubiese destruido la instalación de telegrafía sin hilos impidiendo pedir socorro ni dar cuenta de su situación comprometida, yendo a chocar contra uno de los numerosos arrecifes que existen en aquellos mares. Se da por verosímil esta suposición puesto que en esta época del año suelen desarrollarse en el Mar de las Antillas fuertes ciclones que ponen en grave aprieto las embarcaciones más sólidas».

CONSECUENCIAS

Ya nunca más los viajes a Cuba fueron igual. La turbación al emprenderlos, el dolor por el recuerdo de las víctimas, la sensación de impotencia del isleño ante los medios ajenos de transporte, unidos a una gran carga emocional causada por los sucesos de la goleta Lucrecia, en el siglo XIX, volvieron a resurgir con fuerza. Noticias fantásticas sobre la sobrevivencia de los viajeros del Valbanera volvían cada cierto tiempo a correr de boca en boca por los pueblos de las islas o a ocupar titulares en la prensa. Todavía hoy no se ha apagado la memoria del Valbanera en mucha gente de edad avanzada que escucharon el relato de primera mano. La población canaria vivió con el temor a los viajes unido al dolor de la memoria, durante muchos años.

Entre los sucesos de la goleta Lucrecia y del vapor Valbanera transcurrieron ochenta y tres años. Ochenta y nueve ha tardado esta vez en repetirse el episodio, comparable en trascendencia y en tribulación.

Durante décadas, volveremos a experimentar el síndrome del Valbanera, cada vez que nuestros familiares o nosotros mismos pensemos en viajar fuera de Canarias. Este es un precio de la insularidad con el que nunca se cuenta, pero que lleva mucho tiempo sobre nuestras espaldas. Y, si tratamos de olvidarlo, el destino se encarga de ponerlo de nuevo delante de nuestros ojos, cuando menos lo esperamos. Vendrán días en que seamos menos infelices, pero no conviene olvidar que ser canario trae aparejado cierto cosquilleo en las venas –espejos quizás de las que recorre el magma en nuestras islas–, evocando riesgos y memorias punzantes que no logran borrar las estadísticas.

¿O ya no nos acordamos del accidente de Spanair?