Palabras para Julio, el político que se enamoró de La Gomera

Palabras para Julio, el político que se enamoró de La Gomera

Desde que este sábado 16 de mayo de 2020 nos dejó Julio Anguita, mucho y bueno se ha escrito sobre él en casi todos los medios, en general poniendo el foco como político símbolo de la izquierda española en estas últimas décadas y destacando su coherencia, rigor y honestidad, cualidades que, por desgracia, son poco abundantes entre quienes se dedican a trabajar para la ciudadanía desde la política.

Algunos columnistas cercanos, menos objetivos porque lo admiraban, como Hugo De Armas Estevez o Carlos Pérez Carlos Jesús Pérez Simancas, le han dedicado palabras para destacar su faceta humana. Manolo Marrero Morales, portavoz del grupo parlamentario de Sí podemos Canarias, que tuvo la dicha de cultivar la amistad de Julio, además de resaltar sus cualidades como político, ha incidido en resaltar sus valores como humanista y como una persona sensible, cariñosa y cercana (https://www.eldiario.es/…/Julio-Anguita-memoria-colectiva_6… ).

Con el dolor a flor de piel, me siento obligado a hilvanar unas palabras cosidas con el alma, para dedicar a este admirado amigo que tanto ha influido en mi forma de entender la vocación de servicio público. Por eso, desde la humildad y la admiración, me pongo ante la pantalla del ordenador para destacar un aspecto de su biografía que poca gente conoce, su admiración por La Gomera.

Por razones familiares Julio estaba muy vinculado a Canarias. En el verano del año 1990, acompañado de su pareja, por el querido y tristemente desaparecido político cordobés Félix Ortega y Rosa Blanco, pasó unas semanas en La Gomera, recorriendo buena parte de sus pueblos y tratando con sus gentes. Allí se produjo una especie de encantamiento entre Anguita y esta Isla mágica.

Para pasar lo más desapercibido posible se había afeitado la barba antes de emprender el viaje desde Córdoba. Ya en Tenerife se despidió del guardaespaldas que tenía asignado, pues sectores ultras de la extrema derecha española, nunca depurada en la Transición, no le perdonaban la claridad y la contundencia con la que denunciaba al franquismo y defendía a la gente humilde. Él sabía que viajaba a unas Islas que son un remanso de paz, con gente hospitalaria que practica la tolerancia.

En la escalerilla del ferry, en La Villa, me costó reconocerlo, porque además venía con un bastón ya que se había torcido un tobillo hacía poco. Aunque nos dirigíamos a Playa de Santiago, en el sur de la Isla, decidimos ir por el camino más largo, para ver los pueblos del norte.

En Vallehermoso, localidad donde vinieron al mundo Pedro García Cabrera, el poeta que añoraba “el día que hubiese una isla que no fuese silencio amordazado” y el revolucionario Guillermo Ascanio, que dio su vida por la libertad y por defender Madrid y el gobierno legítimo de la República, que nos dejó pensamientos que sin lugar a dudas Julio Anguita suscribiría, como el de “Hoy en día ya no nos conforman las promesas. No nos conformarían ni los hechos. Hoy, cuando algo nos aprieta demasiado, la solución no es conformarse, ni arreglarlo, ni siquiera cambiarlo por otra cosa igual. Es sustituirlo por otra cosa distinta y más adecuada a su fin”, hicimos una parada larga para reponer fuerzas.

En un banco de la plaza de este heroico pueblo que nos ha legado tanta historia, contemplando al imponente Roque Cano, testigo fiel del “fogueo” con el que se trató de frenar en el 36 el avance del ejército golpista alzado contra la legítima República, se produjo una anécdota que demostraba que el cambio de apariencia física que Julio se había propuesto no funcionaba del todo. Un joven del lugar, sin dejar de escudriñar las facciones de Anguita y algo confuso, se dirige a otro y le dice: “Fuerte hombre más parecido a Julio Anguita”.

Creo que fue al siguiente día por la tarde cuando subimos a Alajeró a visitar a una familia entrañable, la de Ana Mustafá y Domingo Villaverde, que no podía perder la oportunidad de intercambiar charla con este hombre coherencia y aprovechamos para asomarnos a unos de los infinitos paisajes mágicos con los que cuenta La Gomera, el caserío de Imada, acurrucado por su roque, con el valle de Benchijigua y el Roque de Agando en un plano medio, y el Teide y Tenerife al fondo.

No nos podíamos imaginar el impacto que estas vistas tendrían sobre Julio, que casi nos obligó el resto de los días que estuvo en la Isla a subir a la curva que hacía de improvisado mirador, para pasar unos minutos en una especie de trance y meditando con su interior, en medio de un silencio solo roto por el alisio que en esa época del año se rebosa de las cumbres gomeras para acariciar con su humedad las áridas medianías del sur.

Creo que fue en ese mismo lugar, tal vez el día anterior a la partida, cuando nos dijo que ahora estaba convencido de que había dos sitios en el planeta donde le gustaría pasar su vejez, Bolonia (Cádiz) y La Gomera.

Al cabo de los años, en el transcurso de una campaña de elecciones generales, Julio volvió a La Gomera para dar un mitin en La Villa. Las tuvo con sus asesores que no entendían cómo el candidato principal de Izquierda Unida podía “desperdiciar” un día de campaña para ir a una isla de apenas 20.000 habitantes.

A Julio Anguita la vida le tendió una celada este aciago 16 de mayo y no pudo ver cumplido su sueño de pasar algunas temporadas disfrutando de una Isla que lo cautivó. Nos deja esa magua, pero también nos queda el consuelo de saber que La Gomera enamoró a una persona excepcional y parodiando a Silvio Rodríguez nos alivia la certeza de que “al final de este viaje en la vida quedará tu rastro invitando a vivir”.

José Luis Hernández