El Silbo: un lenguaje en la isla de La Gomera

El Silbo: un lenguaje en la isla de La Gomera

Hace unas horas, me interesé por un artículo de «The New York Times Magazine», fechado en 1935, cuando un usuario de Facebook, con el sobrenombre de Silbogomero, hizo referencia a cierto documento archivado en la Free Library of Philadelphia y sacado a la luz, recientemente, por la misma institución, si bien de manera fragmentada.

Una vez he podido acceder al original completo, puedo confirmar que merece la pena su lectura, no tanto por sus conclusiones, precipitadas y erróneas, como por la descripción que llevaron a cabo los autores estadounidenses de los silbadores y del escenario gomero en el que realizaron un «examen de Silbo gomero». Como sé que hay muchas personas interesadas por todo lo relacionado con el Silbo gomero, lo he traducido al castellano.

«ISLEÑOS QUE HABLAN SILBANDO

En La Gomera, Islas Canarias, la gente, con un vocabulario de pájaros, envía mensajes a larga distancia sobre montañas y valles

Por Gest Very
Santa Cruz de Tenerife

Llevábamos seis semanas viviendo en Tenerife, una de las Islas Canarias, antes de toparnos con la mayor de las emociones. La hallamos en una gran enciclopedia española: «Una de las peculiaridades de La Gomera», leemos, «es su lenguaje sin palabras, una especie de silbido».

¡Un idioma lleno de silbos en una isla cercana! Si allí había hombres que hablaban como pájaros, decidimos encontrarlos. El hecho de que finalmente lo hiciéramos, se debió principalmente a la suerte. Los silbidos de La Gomera habían pasado desapercibidos demasiados cientos de años, sin que los españoles los tuvieran en cuenta, como para que «los yanquis» lograran su ayuda para una investigación oficial. Nunca se había registrado una sola sílaba de la lengua: ahora sabemos que, a menos que se den pasos inmediatos, el Silbo está condenado al olvido.

En una crónica del siglo XV, aparece esta explicación de su origen: «Los barrancos de La Gomera son maravillosamente grandes y profundos. Y el país está habitado por gente que habla la lengua más extraña de todos los países canarios. Habla con los labios, como si no tuviesen lengua, y se dice allí que un gran príncipe, siendo inocentes, los mandó al destierro y les cortó la lengua, y según su forma de hablar, uno puede darlo por cierto». La traducción de este pasaje es citada por el Museo Peabody de la Universidad de Harvard. Decidimos investigar.

* * *

Unos días más tarde, acompañados de guías, andábamos en fila india por un camino de burros bordeando el desfiladero de Vallehermoso, en La Gomera.

–Podemos enseñarles el lenguaje del silbo en seis lecciones» –nos propusieron los guías–. Es fácil, ¿ven?
Al abrir la boca, nos mostraron cómo doblar la lengua detrás de los dientes, colocar parcialmente contra la lengua un dedo doblado y dejar pasar el aire de los pulmones.
–Pronuncien las palabras al mismo tiempo –dijeron.
Ni siquiera logramos producir un sonido.
–Pon tu dedo en mi boca y siente cómo lo hago –dijo Federico.

Entonces, soltó un chiflido que atravesó el valle hasta las montañas opuestas, rebotando de un lado a otro hasta el oscuro bosque, y se perdió entre las nubes algodonosas.

Teniendo en cuenta que lo crearon los pulmones humanos, el ruido fue impresionante; lamentablemente, no pudimos comprobar la idoneidad de la conversación en esa ocasión, pero en otro momento pudimos verificarla.

Estábamos en una ruidosa lancha de motor, pasando por la magnífica línea de una costa bañada por la espuma entre Hermigua y San Sebastián. Uno de los marineros saludó a un pescador que se hallaba sobre una roca de la orilla. Aunque el ruido era constante, pudo silbarle con facilidad:

–¿Qué tal están picando?
Y entender la respuesta:
–Bien, todos grandes.

Cada uno de estos gomeros había usado su lengua, al igual que todos los silbadores que finalmente conocimos, incluida una mujer. No usaba labios ni dedos, sino lengua y dientes, con los labios retraídos e inmóviles. Como si con sus labios formasen una gran sonrisa, silbó «Pepe» con tanta claridad que incluso se podían oír las «p».
Sorprendidas por nuestra seriedad y nuestra ingenuidad, las autoridades de La Gomera respondieron magníficamente organizando una demostración.

«En la región del Atajo (1)” –reza el informe, portando los sellos de la República, de la isla y del municipio–, «en el barranco de San Antonio, se realizó una prueba oficial de la lengua silbada de los gomeros.”

Testificados por delegados del gobierno, intérpretes y otros, los procedimientos realizados se pusieron por escrito, paso por paso, a cada lado del barranco, independientemente y sin complicidades. Se tomaron fotografías de los silbadores, cuatro en total, y de los principales testigos, así como de la localización: una desfiladero escarpado.

Con una pétrea caja de resonancia detrás de ellos, y al otro lado del barranco, dos pastores alcanzaron un emplazamiento juntos y, al menos a 500 metros de ellos, en la orilla opuesta, se situaron otros dos. Desde la cabecera del valle llegaba el susurro del viento, que de vez en cuando aumentaba hasta convertirse en un rugido. Los intercambios vocales, que no fueran silbidos, hubieran sido imposibles.

–Toma dos piedras, Avelino –pidió Antonio Navarro, a nuestro requerimiento.

Avelino Negrín se agachó, pero recogió sólo una. Fue el único error cometido durante la prueba.
–Quítate el sombrero.
Se quitó el sombrero.
–Extiende tu mano derecha.
–Levanta tu mano izquierda.
Las órdenes fueron obedecidas correctamente.
–¿Qué día de la semana es?
–¿Qué mes?
Ambas preguntas fueron respondidas correctamente.
Cuando se le pidió que diera su nombre, José Hernández, en sustitución de Avelino, respondió:
–Me llamo José.
Para sorpresa de todos, cuando surgió la pregunta
–¿Quién está contigo?
En lugar de dar los nombres de los testigos, respondió con un silbido:
–Los peones del camino.

Es decir, los hombres que trabajaban en el camino, decenas de los cuales estaban, en esos momentos, acelerando la muerte de esta notable lengua. Podría haber sido más mordaz, porque, como dijo un observador, «cuando llegue la carretera a todos los pueblos de Gomera, el Silbo morirá. A partir de ese día tendrá lugar un duelo encarnizado entre el Silbo y el ruido del motor, y el primero será aplastado bajo las ruedas de los camiones.”

* * *

Como nos habían asegurado que esta gente sencilla podría «silbar un periódico entero», teníamos uno con nosotros, pero nuestros participantes no pudieron transmitir la palabra «periódico». No existe tal vocablo en la lengua vernácula silbada, posiblemente porque no se imprime ningún periódico en la Gomera. Nuestra petición de «Por favor, lea algo del periódico», fue ignorada hasta que fue redactada y les dijimos:

–Díganles que le den un papel y lo lean.
Escuchamos silbidos en otros lugares y les preguntamos a nuestros guías qué se decía.
–Dame novedades sobre el vino, cuando las tengas – fue la respuesta.

Así terminó la primera prueba oficial del Silbo registrada en los archivos de Gomera. Un científico alemán realizó su propia prueba, pero no era oficial, y fue imposible averiguar algo al respecto en La Gomera. De nuestra prueba, junto con muchas otras evidencias, se puede sacar esta conclusión:

No existe nada misterioso en este lenguaje, ni en su origen ni en su estado actual, y el hecho de que la ciencia sepa tan poco sobre él se debe, en gran parte, a las dificultades que conlleva estudiarlo. Probablemente, no sería más difícil aprender a silbar que aprender a hablar cualquier otra lengua silábica que posea un sinfín de matices de tono, como, por ejemplo, las lenguas de China. Incluso, entrenando los oídos, los sonidos de las vocales silbadas son distinguibles, aunque las consonantes son oscuras. Sin embargo, la consonantes son esenciales para diferenciar palabras con vocales idénticas, ya que «cabillo» y “tabaco” suenan totalmente diferente, incluso para un novato.

Todo el mundo sabe que los aficionados pueden engañar a muchas aves; hacerse entender en La Gomera se debe a las habilidades y la aptitudes adquiridas durante generaciones. Las palabras cortas, para mayor claridad, deben traducirse anteponiendo una sílaba adicional. Se debe silbar «Fui-Juan»en lugar de “Juan”.

* * *

Las leyendas vinculadas al origen de la lengua son encantadoras, pero hay explicaciones más prosaicas que la de las lenguas amputadas. Debido a la severa orografía de una isla volcánica atravesada por desfiladeros infranqueables, los habitantes aborígenes no tenían medios de comunicación disponibles. Al descubrir que el silbido llegaría más lejos que la palabra gritada, un código de silbidos pasó de ser una necesidad a convertirse en una especie de lengua reducida.

Cuando llegaron los conquistadores, a principios del siglo XV, dicho idioma estaba tan desarrollado como la lengua guanche. Este método de comunicación fue lo suficientemente práctico para que los españoles lo utilizaran.

Durante los siglos siguientes a la ocupación española, la lengua aborigen se extinguió por completo, sustituyéndose por el castellano tanto para hablar como para silbar. De hecho, a excepción de los silbidos, hay poca conversación entre los pastores gomeros. Eso no es más extraño que el silencio de los iletrados del mundo, cuyas ocupaciones los acostumbran a la soledad. Los silbadores gomeros no lo hacen. Hablan mucho cuando están en compañía de sus mujeres, quienes, como no tienen necesidad, rara vez aprenden a silbar.

Los hombres se sienten más habladores cuando, recortados contra el cielo, transmiten pensamientos elementales a los vecinos; a menudo, a más de un kilómetro de distancia. Los silbadores de hoy fueron enseñados por sus padres y éstos por los suyos; y el lenguaje actual es el resultado de un continuo aprendizaje durante incontables generaciones.

Este resultado está a punto de quedar anulado y los días para realizar una investigación están contados. Cuando la carretera, ahora en construcción, permita una comunicación rápida entre los iletrados de las montañas y la gente educada de la ciudad, el lenguaje de los pájaros dejará de existir.

 

Nota
(1) El Atajo se encuentra en el Barranco de la Villa, cerca de la presa de Chejelipe, en el municipio de San Sebastián de La Gomera.

 

Fuente: Manuel Mora Morales