Después de unos días malos, con algún que otro problema de salud, hay que retomar la tarea del escrito semanal. Por momentos pensé en hablar de los tormentos, de agradecimientos o de anécdotas hospitalarias, pero no; dejemos que pase el tiempo y todo se vaya asentando.
Hay rostros sonrientes que cuando los veo me provocan de entrada relajación y curiosidad. Cuando esa sonrisa es directamente para mí piensas ¿Que irá a decirme, qué va a contar, qué comentará? Y después te ríes con lo que escuchas, con lo sugerido o con la imitación hecha. Si la sonrisa no es para mí también me provoca intriga y me levanta el ánimo. Muchas veces voy por la calle con cara de fiesta solo por las caras sonrientes con las que me cruzo, me sube la adrenalina y parezco el presentador de un festival; quizás sean cosas de la edad.
Recuerdo las risas de algunas personas desde pequeño, las carcajadas de mi madre y las de Doña Carmela Padilla especialmente. A mi madre la localicé en la calle o en la plaza por el cacareo y de Doña Carmela casi, casi igual. Eran tremendamente sonoras, relajadas y poderosas.
La chola en esta tierra no es solo la zapatilla, esa de las tiras entre los dedos o las medio alpargatas con las que recibimos tareas o taifas preferentemente en el culo, no. Además de calzado, la chola es una burla, un bacilón grupal ! Ajó, fuerte chola, muchacha!
Hay auténticos especialistas en formar una chola. Recuerdo especialmente a José Miguel, el que fue encargado general del Ayuntamiento de San Sebastián, ya fallecido; era magnífico, sarcástico y buscador perfecto de la complicidad para conformar una chola. Y Chano Choco, el rey de la comedia, el maestro de ceremonias en carnavales y fiestas, el que moviendo los largos brazos y dando dos pasitos de baile era capaz de generar un gran espectáculo y en privado era todavía más extraordinario, un showman total, los comentarios al oído con su voz quebrada una espoleta de creatividad… ¡Maravilloso! ¿Y Merche? Sí, Merche Arteaga, que podría ser una estrella de Hollywood. Los tres, maestros en la preparación, el guión, y Merche también en la interpretación.
Hace ya bastantes años, finales de los ochenta del siglo pasado, quedé en Santa Cruz con Erasmo Armas para desayunar antes de acudir al Parlamento de Canarias, del que Erasmo era diputado, a un asunto que nos concernía a los dos y que tenía que ver con intereses públicos de La Villa. Quedamos en la calle Suarez Guerra, muy cerca del Parlamento, en una estupenda cafetería de las de Santa Cruz de toda la vida, solo barra, olor de plancha y a café que lo invadía todo y camareros atentos y rápidos, como rayos. Él se pidió, como casi siempre, café con leche y medio bocadillo de serrano yo, medio de mortadela y queso y también café con leche, los dos trajeados y encorbatados en medio de la barra; ahí tienen los señores, dijo el camarero dejándolo todo sobre la barra y acercando un servilletero. Yo tenía mucha hambre, como casi siempre; empezamos a desayunar y de repente veo que Erasmo se lleva una servilleta a la boca y ríe con toda la cara roja, creí que se asfixiaba, un par de golpes en la espalda y pasó el susto, seguimos con los bocadillos y Erasmo no paraba de reír ¿qué te pasa muchacho? Y señalaba mi bocadillo chorreante de mojarlo en el café, ¿Qué pasa? No puedes hacer eso, dijo Erasmo…yo sé que está buenísimo pero no se puede, somos cargos públicos…
Muchas veces después, en reuniones serias, si quería provocar una sonrisa en Erasmo le hacía el gesto de mojar en el café y él también lo hacía conmigo. Sirva esta anécdota, esta simple chola, para recordarle con muchísimo cariño.
Feliz y sonriente fin de semana. Hasta el próximo viernes si Dios quiere.
Benjamín Trujillo