Tenía el compromiso de presentar un libro, una novela, en Agulo el sábado 25, el día siguiente al de la patrona la Virgen de Las Mercedes.
Cogemos el coche; yo, con mis agobios de siempre, creo que voy a llegar tarde y las impertinencias me salen por todos lados; que si el jersey está arrugado, que si miro mil veces el libro con las notas dentro para confirmar que no lo olvidé; pero bueno, dos minutos de coche subiendo hacia el túnel y todo se va componiendo. Me siento como un chiquillo chico, algo inquieto pero muy ilusionado, novelero y lambón.
Tardamos menos de media hora en llegar y hablamos de lo corto que es el viaje desde La Villa hasta Hermigua o Agulo y que siempre los de San Sebastián hemos tenido pereza en ir al norte e incluso hemos hecho chistes o comentarios de superioridad absurdos para esconder esa pereza – esos magos – La Gomera acaba en el túnel- Tonterías de gandules o acomplejados intentando esconder como hacemos apología del cascarón propio.
Llegamos con las últimas luces de la tarde, pasamos por fuera de Casa Tomasín y está Miguelito cantando, con su voz impecablemente clara, un grupo de gente de La Villa que nos saluda y gente de Hermigua ¡Cuánto tiempo! Amables, sonrientes ¡Tómense un trago! No, no, vamos con prisa, vamos a La Plaza, a lo de Leoncio. Me dan miedo las paradas y los saludos largos, temo llegar tarde y vuelvo a ponerme impertinente; el camino entre las casas, el silencio, vuelve a ponerme en calma.
Cuando llegamos a la plaza todo se para, la misa no ha terminado y se oye al coro que suena sobre los murmullos de los corrillos de la gente que está fuera de la iglesia. Las voces y las melodías van presidiendo los saludos, veo a Leoncio Bento y hablamos del acto de después, de su novela, de lo que me gustó; le pregunto y confirmo alguna fecha, comentamos alguna circunstancia de alguno de sus personajes; se suma Rosita, la alcaldesa, solícita y pendiente de todo; hay mucha gente y los sitios preparados para sentarse son pocos, va de aquí para allá y habla con todos, dispone.
Termina la misa y más gente se suma a la plaza. Conchita Fragoso viene y me abraza, nos abraza, tan dulce y cariñosa como siempre- sobrina qué guapa estás- y tú mi rey bonito-
“Entre dos islas” se llama la obra, una novela deliciosa, noble, intrigante, con amor y muerte, con vida en Agulo y Cuba; con el empeño y el esfuerzo de los hombres por mejorar, por superarse.
Después de la presentación del libro un documental que habla de “los piques” entre La Montañeta y Las Casas, una especial manera de fiesta y competencia que tuvo lugar en los meses de junio- entre San Antonio y San Pedro, el 13 y el 29- en todo el siglo XX y que acabaron o se prohibieron en 1979.
La tarea de recuperar su historia está en marcha y esa noche se vio una buena muestra. Las caras de los que contemplaban las imágenes eran maravillosas, asombrados – mira Chelo, mira Mon, el sobrino de…uyy mi hermana…
Al final, mientras algunos, los mayores, se retiraban despacio y emocionados, otros hablaban y hablaban con felicitaciones a Leoncio, petición de que firmara los libros – ¡Ay Leoncito! – con algún halago también por mi presentación. Llegó Marga, la mujer de Leoncio, – Benjamín, vayan a La Zula, tomamos algo y hay una parranda sorpresa para Leo –
Después de mil saludos, mil besos, mil abrazos y un millón de sonrisas salimos de la plaza. Techa, la tía Conchita y yo caminamos lento, ellas hablando y yo contemplando la noche de Agulo, entre las casas, viendo a la gente que regresaba abriendo las viejas puertas, saludando con una sonrisa abierta con un gesto y llegamos a la esquina donde se despedía Conchita; más encuentros con más gente, más abrazos, la promesa de reencontrarnos pronto y con potaje de berros, pucheros o un café y un cachito de bizcochón – ¡Ay mi piquito de oro!- me dice al irse.
La Zula está animada, animadísima. Ya hay dos guitarras y un acordeón sonando, un grupo de La Villa, Valeriano y Chayona, Mari Carmen y Olga, y Toño y Susana están al lado, disfrutando de folías, isas y canciones de toda la vida.
En otra mesa más amigos de Leoncio y de Marga, más jóvenes y de La Villa también, Domingo y Aida, Luciano y Elizabeth, Miguel Ángel y Carmen Delia, Toño y Gladis. En la mesa con Leoncio-que tarda un montón en llegar porque esta firmando libros- Vicente y Maisu, Ramón José, Linares con su mujer y su hijo, nosotros y Marga, que ejerce de perfecta anfitriona, amable y generosa. Quizás descubro esa noche a Marga, sincera y auténtica.
Los de la parranda sorpresa, que son Álvaro Padilla y Toño el de Fefa con sus mujeres, Maribel y Magdalena, ya han cenado y quieren buscar un sitio más al fondo donde no se estorben con la otra parranda; sabidurías de músicos y de noches de farra ¡que no son pocas!
Álvaro está como nunca; parece que se le va a romper la voz y la saca de no se donde para seguir cantando, como cuando tenía veinte años; Toño habla con el requinto, puntea, define, acelera o ralentiza y sonríe con esos ojos de niño curioso; una extraordinaria sorpresa para mí, Magdalena, su lindísima voz, su puesta en escena y canciones exquisitas, venezolanas viejas, de Ana Belén, de Joaquín Sabina, de María Jiménez, un tesoro; Maribel nos deja también unos emotivos fandangos.
Carmelo Morales se une también y Ramón acompaña con la caja flamenca.
La noche corre entre música y amistad. A alguna no sé como sacarla de aquel embrujo maravilloso del norte. Nos vamos, es muy tarde ya y mañana hay que madrugar.
Agulo va quedando atrás, solo con el murmullo lejano de un corrido en la voz de Álvaro. Volvemos a hablar de lo cerca que está, que hay que ir más, del libro de Leoncio, de Marga y del dulce sabor que nos queda de una noche en Agulo.
Benjamín Trujillo