Historia de la conflictividad por el aprovechamiento de los montes de la isla de La Gomera

La roturación y puesta en cultivo de una tierra lleva unido el desembolso de capital para obtener los medios de producción: aperos, cimientos, mano de obra, etc. Capital que ha sido acumulado aprovechando un bienestar económico inmedia­tamente anterior o de forma si­multánea, proveniente de actividades artesanales, comercia­les o agrícolas. Acumulación indispensable para sufragar los gastos ocasionados hasta la primera cosecha.

En lo que se refiere a La Gomera los ahorros pueden provenir de actividades agríco­las o comerciales desarrolladas en la propia isla o más allá de sus límites, de personas que desean asentarse trayendo un excedente acumulado en otras islas o fuera del archipiélago.

Esta segunda modalidad predomina en La Gomera hasta el siglo XVII. El capital a in­vertir es superior porque son colonos que vienen de fuera y deben poner todo desde el prin­cipio. Conviviendo con este tipo de asentamiento colonizador están las apropiaciones clan­destinas de parte del bosque, mudan las cercas y amplían un poco los límites de su parcela; o solicitan al Señor tierras que generalmente limitan con la que el peticionario tiene roturadas.

Todo se reducirá a un sim­ple cambio de los límites de forma pausada, aprovechando los montes libres para roturar­los. También surge el campe­sino enriquecido por las buenas cosechas y que solicita tierras para trabajarlas con jornale­ros. En La Gomera se darán todas las posibilidades de asen­tamiento aunque predomino en un momento un tipo u otro.

Las primeras datas de tierras tenían anexionadas el agua que nacía en el interior de los montes con un equitativo siste­ma de repartimientos por «dulas» que las convertían en productivas tierras de regadío. Pero con las sucesivas apro­piaciones de terrazgos en los montes y las canalizaciones del agua a las nuevas explotacio­nes, dimanaron largos conflic­tos entre los antiguos colonos, asentados en el fondo de los valles, y los situados en las cumbres.

Un exceso do tala de bosques era una grave amenaza para las tierras situadas en las par­tes bajas. Con la abundante pluviosidad las tierras eran arrastradas hasta el fondo con obstrucción del curso normal de los barrancos que se abrían paso por las fincas próximas arrasándolas. Nuevo motivo de conflicto entre los campesinos radicados en el valle y los de las zonas altas, directos culpa­bles de los daños, según aqué­llos.

Estos son los conflictos surgidos del hecho consumado de las roturaciones, pero hay otros más agudos que provie­nen de las disputas entre los dos tipos de campesinos ya des­critos. Siempre se vio la de­claración de los montes para el libre aprovechamiento como la solución económica de la masa indigente. Los motines suscitados en la isla pusieron al descubierto la sensibilidad que existía en este problema. La élite dominante, los «gallos del pueblo» serán los directos beneficiarios de los reparti­mientos. El Informe es muy claro al respecto: «aunque sería provechoso para los pobres el repartir las tierras no le val­dría de nada, pues ya se tuvo a la vista que solo lo alcanzan don fulano y don mengano».

Se declara ser más renta­ble para la masa de gomeros indigentes que los bosques per­manezcan inalterables porque en su interior se producía una variedad de hecho del cual se obtenía una especie de harina con el tueste y molienda de sus raíces. Fuera de los bosques sólo se criaba una variedad co­nocida por «pirjuan» inservible para la alimentación humana. El helecho ora el único alimen­to disponible para los necesi­tados en las constantes crisis carenciales que azotaban la isla.

La problemática de los montes era muy difícil de re­solver al Cabildo de La Gomera porque carecía de propios. Sus decretos se miraban con poco temor y nunca se acataban.

Ocupar un cargo en la vida pública de aquella sociedad era motivo de atropellos y abusos, aplicando las leyes en beneficio propio. El caso realmente palmario de lo dicho nos lo ofrece la villa de Vallehermoso. Siendo alcaldes don Domingo García y don Mauricio Mira y personero el sargento don Juan Policarpo Cabrera, intentaron el cambio de cercas en los te­rrazgos de Ambrosio, donde estaban desde lo inmemorial. Quedan heridos los intereses de los vecinos del Valle de Abajo, Arguamul, Tazo, Alojera, al mudar las cercas desde don­de llaman el Palo hasta el Bailadero y agua de Epina, demo­liéndolas con el pretexto de li­bertad para sus animales caba­llares y mulares. A ello hay que unir varios casos de expul­sión de los terrazgos roturados para dárselas a los amigos y familiares.

Hacia 1784 la efervescencia en la problemática de los mon­tes alcanzó caracteres virulen­tos. Al rumor de que el administrador del Conde pensaba repartir los montes, se desen­cadenaron numerosos incendios en Fuen Santa, Fortaleza, Cumbre de Corjo y otros para­jes. Por las noches se veían, desde lejos, los tizones encen­didos prendiendo fuego. Los daños alcanzaron a los vecinos de Chipude que se lanzan al monte para apagar el fuego, con graves detrimentos en sus cosechas, animales y manan­tiales de agua.

Ante la representación de tantos males el Cabildo mani­fiesta que «son los pobres quienes todo lo padecen porque no tienen poder para hacerse oír en los tribunales superio­res, temerosos del poder de los alcaldes y sus aliados, al mismo tiempo que no cuentan con fuerzas para resistirles».

ESTADO DE LOS BOSQUES EN 1787

La representación del Ca­bildo está llena de nostalgia por el pasado glorioso de los bos­ques de la isla y lamenta de forma patética la situación presente a que han llegado por el afán depredador del hombre. Sin embargo, un rayo de espe­ranza se percibe al final mani­festando que es posible volver a conseguir la frondosidad del pasado si se observan las Ordenanzas. Pero dejemos que aquellos ediles de 1787 nos ha­blen de todo ello.

«Era el monte del Palo, que salta de tanta estima y valida­ción por las maderas de que se componía y preciosas circunstancias, que los viajantes en el verano no experimentaban el rigor del sol, pues todo el ca­mino cubrían los árboles y por consiguiente en el invierno, cuando la agua no era mucha ni continua, tardaba en traspa­sar la espesura de dichos árbo­les, lo que en el día es mui al contrario y tanto causa lástima su estrago ocasionado por los muchos incendios que ha padeci­do, en cuyo paraje se han consu­mido algunas aguas, siendo la una la llamada Quadernas que se conducía a el valle de Alojera «.

«Desde lo Inmemorial se le ha dado a Vallehermoso este precioso nombre, pero en el día es acreedor al de Vallefeo, pues siendo este mui profundo y cóncavos, se dejaba ver con gusto como que sus faldas y variedad de riscos que penden a él se ha hallaban enteramente ves­tidas y cubiertas de todo género de árboles silvestres con lo que ni se experimentaba la escasez de agua que en el día se reco­noce en el verano, ni menos los crecidos robos en las propie­dades en el tiempo de invierno”.

«El monte de Arure, llama­do por otra parte Breña Grande, era de muchas circunstancias y preciosas estimaciones; pero en el día se halla enteramente destrozado por cortes y fuego que ha sufrido, de donde nacen las aguas que van a Valle Gran Rey «.

«En el monte de Tamargada, no menos apreciable, era donde se hallaban con mucha abundancia las maderas de barbusano y mocan, y de donde se sacaron sin detrimento ni falla para fabricar las iglesias de Agulo y Vallehermoso y en el estado presente, por causa de los desmedidos desordenes, no se halla ni para un pajero».

«La Gomera se hallaba fa­vorecida con la madera de viñatigo, apreciable por su color y consistencia y por lo amoroso de trabajar, de que se hallan destruidos y solamente existen sus renuevos que necesitan de su conservación para que vuelvan con el tiempo hacer lo que fueron, en lo antiguo sin encon­trarse otras en el día que laureles, acebiños, hayas, brezos, etc».

GERMÁN HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ

 

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