La palmera un simbolo de nuestros pueblos de La Gomera y de nuestra tradición

La palmera ya era un recurso importante para los antiguos canarios desde mucho antes de la conquista.

Su distribución en el paisaje está directamente relacionada con su enorme utilidad para el campesino. Los palmerales de hoy son testigos de un manejo que se remonta a un tiempo anterior al inicio de la Historia en las Islas.

Algunos campesinos gomeros cuentan que sus antepasados reconocían, por el surco de la semilla, el sexo de la palmera. Ese conocimiento provenía de la necesidad de obtener el plantón deseado en el borde del terreno. Su importancia era tal que, en las particiones de la herencia, una palmera tenía el mismo valor que algunos terrenos.

En todas las Islas podemos hallar calles, plazas y campos adornados con la esbelta y bella silueta de nuestras palmas pero, sin duda, es en Gran Canaria y La Gomera donde se encuentran los mayores y mejores palmerales de Canarias, lo que parece estar relacionado con su uso histórico. En Gran Canaria destacan especialmente los palmerales de los barrancos de Tirajana y Guiniguada, de Fataga y el del Oasis de Maspalomas; en Lanzarote, el de Haría; Las Breñas, en La Palma, y en Tenerife, los de Bajamar, Santa Úrsula y las laderas de Los Silos y Buenavaista.

Sólo en La Gomera se han contabilizado más de 111.000 palmas: unas 30.000 en San Sebastián (de las que unas 5.000 son datileras), casi 4.800 en Hermigua, más de 2.800 en Agulo, unas 6.300 en Alajeró, cerca de 24.000 en Valle Gran Rey y más de 45.000 en una localidad cuyo nombre puede deberle mucho a las palmas canarias, Vallehermoso.

Los datos dicen que la palmera canaria encuentra su óptimo cuando vive entre los 150 y 500 metros de altitud; sin embargo, las crónicas y el paisaje nos revelan otra realidad: palmeras que pueden llegar a vivir en el bosque, antes en la antigua selva de Doramas y hoy a 1000 metros en terrenos próximos al Garajonay y a Chipude.

En estos siglos de historia, la palmera se ha llevado de aquí para allá, quemándolas o arrancándolas de las zonas bajas porque no interesaban a los modernos cultivos o plantándolas en los campos de las medianías, en pueblos y ciudades por su valor como recurso o simplemente por su belleza. A todo ello es ajena la palma pero, en cierta manera, el guarapo, la miel o su silueta son las señales que le sirven a la palmera para atraer a su principal agente consumidor y dispersor, el hombre.»

Juan Montesino- Naturaleza Canaria- El palmeral, 1993.

 

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