Felipe VI resiste porque la monarquía resucitó desde la violencia

No hay arma hay tan eficaz para dominar a las personas y controlar la sociedad como el miedo avalado por el poder*, y pocos poderes extienden tanto miedo como el que transmite la amenaza de violencia que siempre cabe cuando pensamos en fuerzas armadas, sea cual sea el uniforme que se pongan, aquí y en cualquier lugar del mundo.

Pero la amenaza desde el poder como elemento capaz de limitar la confianza de la sociedad en sí misma para ir construyendo su propia historia pesa más en España que en los países “occidentales” con los que nos comparamos. Las causas de esta desgracia colectiva son muchas e indiscutibles:

  • Que nuestra guerra civil fue más fratricida que ninguna.
  • Que ha sobrevivido con más fuerza en el imaginario colectivo porque la ganaron los asesinos que la provocaron, aún viven muchos de los que también sufrieron la postguerra y, añadiré, porque la sabiduría que afirma que la “victoria tiene muchos padres” en España se completa, desde 1939, con la evidencia de que, además, le salen cantidad de hijos, nietos, biznietos y hasta mercenarios para lo que sea necesario. Incluso aunque el mundo certifique que por ella se cometieron hasta crímenes contra la Humanidad.
  • Que le siguió una dictadura muy larga, durante la que la amenaza fue el idioma contra cualquiera, pero especialmente contra los millones que no comulgaban con el franquismo.
  • Que el consiguiente envilecimiento de la inmensa mayoría fue, como siempre lo es, la única salida posible para sobrevivir sin libertades.
  • Que su símbolo principal, el rey, sigue vivo y coleando y generando la división social que certifican las encuestas.
  • Que ese mismo rey genera tensión entre los líderes políticos, pues lo defienden a capa y espada quienes desean matar nuestra memoria colectiva y buscan en Felipe VI al jefe de unas fuerzas armadas que podrían regresar al golpe de estado cuando a ellos se les acabe la paciencia con las urnas que les niegan el gobierno**.
  • Y, contra lo que sería natural, los políticos de izquierdas asimilan aquel envilecimiento social de la dictadura convirtiéndolo en un ataque de cobardía y oportunismo desde el momento en que pisan La Moncloa. Necesitan creer que, todavía hoy, el republicanismo que proclaman en sus estatutos es perdedor y no da votos.

¿Para cuando una estrategia que permita recuperar la decencia de los políticos? nos preguntamos muchos. Algunas reflexiones.

Hoy, cuando millones de norteamericanos son capaces de acorralar a un Trump que quisiera ser rey español por lo corrupto, impune e inamovible que podría llegar a ser también él, recuerdo el único momento vivido en el que fuimos capaces de romper el resultado electoral que cantaban las encuestas y, por tanto, cambiar el curso de la historia.

Para que tal cosa se produjera tuvieron que coincidir en España tres cosas. La primera, el atentado terrorista más terrible de Europa. La segunda, la mayor y más cruel mentira gubernamental de nuestra historia democrática. Y la tercera, la casualidad de unas elecciones generales que, a tres días vista, no dieron tiempo para que se enfriara el rechazo que generó tanta ignominia. Fueron las únicas en las que me tocó hacer de vocal en una mesa electoral y el color de las papeletas pintaba las miradas de los electores.

¿Y qué estaba haciendo el rey mientras millones, llenos de vergüenza, dejaron de votar al sucesor directo del embustero, aquel Rajoy que tuvo que esperar a que llegara una crisis económica mundial para conseguir que España se hundiera, como recordaba la diputada Oramas en uno de los plenos del Estado de Alarma, contribuyendo a que el gobierno de Zapatero se rindiera?

Mientras tanto, seguía robando. Y antes y después también. El rey de España, Juan Carlos I.

¿Estamos obligados a soportar que su hijo pueda hacer lo mismo, protegido por la misma impunidad, o que siga viviendo de una corona manchada de sangre desde 1947, lavada en el 78 con el detergente envenenado del miedo al miedo y cubierta de mierda por el rey durante décadas?

Es insoportable saber que hoy solo hace falta una decisión valiente de políticos como Sánchez o Iglesias para que el rey decida renunciar y saque así a su patria de la vergüenza mundial que significa la monarquía que encabeza.

Antes de hacerlo, señores presidente y vicepresidente del Gobierno, no se olviden de llamar a Europa, y sobre todo a la OTAN, para que protejan la democracia en España.

¿O acaso no convenció Felipe González a millones de votantes en aquel referéndum de 1986 con el argumento de que el Ejército español se modernizaría? Cuanto español necesitado siempre de engañarse a sí mismo. Aquella vez eligió confundir “modernizar” con “democratizar”.

No obstante, cuidado con el resto de uniformados, esos “cuerpos y fuerzas de seguridad”, tan represivos. Volviendo a USA, el Partido Demócrata de allí parece de ultraizquierda en comparación con el PSOE y UP de aquí: están pidiendo su reforma integral para evitar que sigan los excesos.

*Aunque no sea el tema de hoy, por mucha pandemia de la que hubiera podido advertir cualquier experto el 14 de marzo, y antes o después, nunca la gente se habría confinado tanto como cuando la orden partió del Gobierno.

**Mientras ningún gobierno español se ha atrevido a consolidar la democracia facilitando la participación directa de la sociedad en las decisiones importantes, “una web vinculada a Vox pregunta si el rey debería disolver las Cortes, convocar al Ejército y tomar el mando”, según nos informa El Diario de Ignacio Escolar. Esta noticia apareció a las 22:29 del lunes 8 de junio y en ese momento la encuesta sumaba 37.500 respuestas, pero la pregunta que yo le hago a usted es si ha visto al rey desautorizando a quienes se atreven a utilizar su nombre en vano. Es evidente que Felipe VI, que sabe que no es igual al resto de los españoles porque puede cometer cualquier crimen sin castigo, tampoco trata igual a los españoles. Se calla ante los que le defienden a cualquier precio, pero reacciona, veloz y crispado, ante quienes reclaman tomar decisiones que le obligarían a abandonar La Zarzuela para salvar el mobiliario de su misma patria.