Potaje de berros en la mortera

 

Me contaba mi abuelo materno que cuando su numerosa familia campesina regresaba de las labores agrícolas y de pastoreo se sentaba alrededor de un lebrillo[1] colocado en el suelo y todos comían potaje con gofio sin utilizar platos. Supongo que una de las comidas habituales, por lo barata, sabrosa y nutritiva, sería el potaje de berros.

Hasta hace unos años, los berros se encontraban silvestres y abundantes en los barrancos de las Islas Canarias y cualquiera podía recolectarlos y hacer con ellos un magnífico potaje. La libre disposición de los berros canarios murió de éxito porque, junto a las sequías, la fama del potaje hizo que fueran escaseando en los barrancos y que se cultivaran en huertas e invernaderos. Y se vendieran en los supermercados, claro.

En la actualidad, el potaje de berros se encuentra en unos pocos restaurantes y en algunos de ellos, especialmente en La Gomera, se han convertido en una exquisitez tal que los vecinos de otras islas se desplazan con el solo objetivo de degustarlo. Alcanza niveles celestiales en estética y sabor cuando se sirve en una mortera – una mortera es un mortero grande– en lugar de un plato, al estilo antiguo de nuestros abuelos.

El potaje de berros se come con gofio, mojo colorado o mojo verde, queso de cabra y cebollinos o, en su defecto, cascos de cebolla. Y vino, lógicamente.
No crean que he exagerado las alabanzas de este potaje. Quienes han probado el auténtico saben que me he quedado corto, muy lejos de haber descrito las delicias de este manjar de dioses… guanches, por supuesto.

También en La Gomera, se puede escuchar un pie de romance cantado al ritmo de los tambores y las chácaras de su peculiar folclore:

Comí, que me dio mi abuela,
gofio y caldo en la mortera.