Canarias es más que un lugar con hermosos paisajes o sonidos que nos identifican, también son parte de nuestra tierra las historias de sus gentes. Josefa Prieto es una de ellas. Una historia de lucha y represión, la de una de las tres mujeres juzgadas por la resistencia contra los golpistas en Vallehermoso en el verano de 1936.
Esta gomera republicana, casada con un vecino de Chipude, sufrió dos condenas. Durante tres años y medio pasó por las cárceles de mujeres de San Miguel y La Orotava. La segunda condena fue la detención de su hijo, Manuel Méndez Prieto, asesinado por un pelotón de fusilamiento el 10 de marzo de 1937. Ella ya llevaba ocho meses detenida.
Josefa fue una mujer sencilla, trabajadora, que tomó conciencia de clase en un lugar donde los jornaleros de la platanera y un sector de la burguesía sumó esfuerzos para construir una sociedad mejor. Tras el golpe militar de julio Josefa toma parte junto a su hijo de las acciones de apoyo a la república y la resistencia a la llegada de las tropas franquistas. Blanca Ascanio, maestra encarcelada junto a ella, aseguraba en el libro «Vallehermoso, El Fogueo» que «su único delito fue vocear consignas antifascistas».
Su hijo se pudo despedir de Josefa en una carta pocas horas antes de llegar donde le esperaba el pelotón de fusilamiento. La misiva le llegó en la cárcel de mujeres de Santa Cruz, donde compartía suerte con decenas de republicanas más.
Su hijo fue militante de las Juventudes Comunistas y sus compañeros lo definían como «un defensor de la justicia». En su última carta dice: «…al fin no me importa morir, por que muero satisfecho porque ellos ni han pasado ni pasarán ahora, si muero satisfecho porque estuve hablando con el defensor y me dijo que las mujeres quedarán en libertad». Aunque su madre resultó absuelta en el juicio farsa celebrado contra los 47 acusados de protagonizar la resistencia gomera, se la mantuvo retenida en calidad de gubernativa en la prisión de La Orotava hasta avanzando 1939.
Los familiares de Josefa y Manuel hablan de la onda huella que les dejó el abuso fascista, tanta que en su lecho de muerte, en la agonía final, Josefa se despidió con un «ya voy Manuel».