Por qué no todo el mundo debería votar

Epistocracia: la crítica de Platón a la democracia

Comentaba el filósofo estadounidense Jason Brennan que la democracia es un gobierno escogido por ignorantes y “hooligans” de partido. Si bien es cierto que el actual sistema democrático contiene errores con respecto al propio concepto de sufragio universal, negarlo equivaldría a introducirse en un campo ominoso de la opinión popular. Sin embargo, desde la era de los grandes filósofos griegos, esta cuestión ya rondaba por el pensamiento de Platón, creando el concepto de epistocracia, es decir, la idea de que no todos los individuos tienen la capacidad de elegir a un representante debido su falta del conocimiento político para votar con criterio.

El sistema democrático que se emplea en España -en lo referido a la elección de un presidente- sigue un sufragio universal, es decir, que todo ciudadano mayor de edad puede ejercer su derecho a elegir su representante. Aquí acontece el primer contratiempo, y es que para Platón, el principal problema de la democracia es precisamente que el voto de todos los individuos tengan el mismo valor en las urnas, no imponiendo un criterio establecido para cerciorarnos de que un sujeto está votando con rigor.

En todos los concursos que requieran una votación, bien sea de música, belleza o de talento, es donde más claramente podemos apreciar este tipo de idea, debido a la presencia de un jurado, un selecto grupo de personas expertas de la temática sobre la que van a ejercer su voto. Si todas las personas que quisieran intervenir en la elección del ganador del concurso tuvieran la posibilidad de participar en la toma de decisiones, no ganaría el mejor, sino el que más fanáticos tenga en su haber. ¿Por qué ocurre esto? el ser humano -por norma general-  no elige con objetividad, todo lo contrario, la mayoría votará por su favorito y no por el que ellos crean que es mejor. Lo mismo sucede con la política. ¿Por qué a alguien no le gusta el fútbol, no opina, pero alguien que no sabe de política, vota? También existe el fenómeno del voto por tradición, que se refleja sobre todo en ciertas regiones que usualmente tienen un partido predilecto, igual que ciertos grupos demográficos.

    Un entrevistador acudió a la calle días antes de las elecciones de abril de 2019 con un interesante experimento para comprobar que tan alto nivel de ignorancia política tienen los ciudadanos. El modus operandi del reportero consistió en suprimir algunas acotaciones de los puntos del programa de un partido político de derechas y añadió palabras clave como “social” y siendo inclusivo con las palabras “ciudadanos y ciudadanas”. El resultado fue que la mayoría de los entrevistados pensó que se trataba de un partido de izquierdas, bien sea Unidas Podemos o PSOE. El entrevistador preguntaba si estarían de acuerdo con votar a un partido que defendiera todos esos puntos, todos correspondiendo con un firme sí. Pero para su sorpresa, el programa que contenía esos puntos era el de Vox. Pese a haber estado de acuerdo con sus propuestas, rápidamente desistieron de su apoyo y compromiso para responder que no votarían jamás a ese partido. Repitió el experimento a la inversa, añadió palabras clave como “España, españoles y patria” en puntos del programa de Podemos, dando el mismo resultado. Los entrevistados pensaron que eran puntos de Vox o del PP y respondieron que no estaban de acuerdo con ellos.

    Los resultados de esta entrevista demuestran que el pensamiento de los ciudadanos se ve claramente influenciado por las etiquetas que se adjuntan entre los propios partidos políticos -quizás lo más preocupante- refiriéndose entre ellos como “comunistas” y “fachas”, lo que lleva a la población a crear prejuicios a la hora de decidir a quién votar. El concepto de votar a un determinado partido por ser el “menos malo” es una motivación bien vista entre la opinión popular, no por estar de acuerdo con los ideales de un partido, sino para evitar que gobierne uno al que se le tenga un cierto desprecio.

Ante la opinión sesgada de los votantes, Brennan apuesta por establecer un examen de cultura política sobre el contenido de los programas de los partidos políticos, similar a los exámenes teóricos que se realizan para el carnet de conducir. Dependiendo de los resultados, se realizaría el cálculo del valor de tu voto, dividiendo tu nota entre diez -es decir, si sacamos un 8, nuestra nota equivaldría a un 0,8- de manera que solo las personas que obtengan la nota máxima tendrán un voto completo. De esta forma, el valor de la elección de cada ciudadano será proporcional a la nota que haya demostrado. La aplicación de esta medida impulsaría una bajada considerable de la participación -que en la actualidad ronda el 70%- sin embargo obligará a las personas que realmente estén interesadas en votar a documentarse lo máximo posible si quieren tener acceso a la mayor consideración de su decisión.

Evidentemente sería imposible aplicar esta medida, ya que se considera al voto como un derecho fundamental de las personas y no todos tienen la oportunidad de dedicarle tiempo al estudio. No obstante, es de vital necesidad motivar a los ciudadanos a interesarse por cuestiones políticas, con la finalidad de que en ellos surja un pensamiento crítico que combata la ignorancia a la hora de elegir a un representante.

Aray Alonso