Antonio Diaz Velázquez, el último de los herreros en San Sebastian de La Gomera

Herrar caballos o fabricar herramientas para los agricultores era una tarea que daba trabajo a un puñado de herreros algunas décadas atrás en La Gomera. De todos ellos sólo queda Antonio ‘El Tunera’, el último herrero a quien encargarle un regatón, el asa de una lechera que se rompió, unos grillotes para las cabras o alguna milana.

Antonio Díaz Velázquez, conocido entre los vecinos de San Sebastián de La Gomera como Antonio El Tunera, desarrolla su jornada laboral en solitario en una vieja casa canaria de teja a cuatro aguas y reducidas dimensiones. Entre paredes negras por el uso del carbón en la fragua y un techo apuntalado para que no se le venga encima, permanece sentado impasible al paso del tiempo. Los muchos turistas que desembarcan a diario no pueden evitar una mirada de curiosidad ante la vieja herrería cuando pasan por delante; para los isleños, ver a Antonio sentado junto al yunque es una escena tan habitual como necesaria para su vida cotidiana.

El día de la entrevista es sábado por la mañana. Antonio está ocupado con un encargo que le han hecho y se dedica a fabricar varias empleitas para queso. Si no tuviera el pedido, estaría haciendo algo de todas maneras, para disponer de objetos que le puedan solicitar. “Está el año seco; antes llovía más, una barranquera que había ahí corriendo invierno y verano”, señala al barranco, relacionando las lluvias con la abundancia de trabajo en la herrería. “Si llueve se pone contenta la gente del campo, traen azadas, esto y lo otro. Este año no he vendido la mitad del año pasado. Así decía mi padre, ‘el herrero quiere más que llueva que los del campo’, se ponen contentos los agricultores y arreglan todo, pero si no llueve estamos jodidos”.

Gofio y leche
Su abuelo Antonio José Díaz puso la herrería donde sigue hoy. “La tuvo primero en una casa cerca y después la pasó para aquí, siguió mi padre y ahora yo, y cuando yo termine, adiós herrero”. El 13 de julio de 2004 cumple 75 años. “Siempre trabajo en la fragua un rato. Ayer hice esta barreta de tubería, para un viejito que quería una más liviana, tiene ya 92 años, es de Arure. La quiere para cavar viña. ¡92 años! ‘Y me sirve también para brincar los paredones’, me dice. Le digo: ‘¿Qué comida ha sido la suya?’. ‘Siempre gofio y leche’. No hay comida como el gofio y leche. Mi abuelo [materno, Antonio Velázquez] duró casi un siglo y no comía, cuando estábamos pastoreando, sino gofio y leche: Cristiano, duró con la dentadura completa y royendo una tafeña se murió, le dio un chuchasito, cogió la cama y duró tres días. Pero una dentadura sanita, blanquita. Roía millo, fíjese usted”.

Es ya media mañana y Antonio deja por un rato las empleitas para desayunar un enorme bocadillo que ha traído de casa. “Voy a comer un pizquito de pan que ya es hora”, dice, y le pega el primer bocado. En ese momento llega un cliente: “¿Cuñas tiene?”, pide el recién llegado, asomando la cabeza delante de la puerta y al ver que Antonio abandona su desayuno, añade: “¡No se apure!”. Pero Antonio ya tiene las cuñas en la mano: “¿Cuántas quiere, 6 euros, 7 euros?”. “Mira, ¿regatones tienes para astias?”, quiere saber también el comprador, y Antonio, contando cuñas responde al concluir el recuento: “…ocho, nueve, diez … ¿Para pastores?  Hay unos para caminantes y esos para pastores más grandes”. Antes de concluir la venta viene una mujer preguntando por otra cosa: “Mire, ¿no tiene milanitas hechas?”. “Sí hay”.

Un vino ‘coloraón’
Realizada la venta de cuñas y regatón, y recibido el encargo de unas milanas por la señora, sigue con su bocadillo. “Una mujer me dijo el otro día: ‘¡ay que lo vamos a sentir cuando no esté, que ya no hay quien ponga una asita a un cacharro ni nada!”, dice, recordando a continuación cuando con su padre herraba bestias: “Si me pagaran las herraduras a mil pesetas tenía yo para comprar un edificio. Fijo. El cuartel lo estuvimos herrando hasta que se fueron; ya de último íbamos a Hermigua al médico Gil, a don Guillermo el noruego abajo a Tecina”. Y de las herraduras pasa a los clavos, hechos a mano también en la herrería: “Mira que hicieron miles de clavos mi padre y mi abuelo, para los herreños. Venían aquí Juan Padrón y Juan Padilla con el vino de El Hierro a repartir en las tiendas, en bocoyes grandes. ¡Uuh!, era un vino fuerte, algo coloraón, pero amigo, era vino. Estaban aquí tres días y esos tres días estábamos haciendo herraduras y clavos que se llevaban”.

El abuelo y Siemens

La herrería de Antonio Díaz no sólo presenta hoy el mismo aspecto que tenía hace ¿un siglo? cuando la trabajaba su abuelo (bueno, entonces el tejado se mantenía en pie), sino que aún conserva en buen estado de funcionamiento las mismas herramientas de entonces, como un soplete de gasolina de la casa Siemens.

1. Materiales
En la herrería hay muchas herramientas junto al yunque y la fragua. Pero para hacer unas empleitas necesita pocas: Tijera de lata, martillo pequeño, maceta, un puntero y el metro para medir las piezas de cinc galvanizado en el tamaño deseado.

2. A la medida
Con una plancha de cinc puede hacer un buen número de empleitas para queso. Con el metro en la mano toma medidas y marca por donde cortar.

3. Cortar con tijera de lata
Con la misma tijera de lata Siemens de su abuelo, corta la plancha de cinc como si fuera papel. “Nunca se ha amolado. Mira que esto ha cortado planchas de todas clases, cristiano, cuando hacíamos cacharros para las máquinas que sacaban agua”.

4. Dos martillos y un yunque
Apoya los bordes de la empleita en el yunque y con un martillo pequeño golpea para suavizar el tacto por donde antes cortó. Después, con la maceta (martillo de madera) repasa la plancha de cinc.

5. Puntero y agujero
Para dar forma redondeada a la empleita, la apoya en un trozo de tubería y la va doblando y repasando con la maceta. Por último, usa el puntero y abre el agujero que sirve de amarre al hilo.

Por Yuri Millares (2004)

http://www.pellagofio.com

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