El arado que surcó la libertad en El Hierro

El cinco de septiembre de 1976- no había pasado un año desde la muerte del dictador- se inaugura a unos cien metros de la Cruz de Los Reyes una escultura con la forma de un arado romano forjado en hierro y con 16 metros de longitud. Pintado de rojo, sobre un cimiento de hormigón. Era la culminación de un sueño, una ilusión colectiva de quienes acudieron con humildad a pedir al artista Tony Gallardo que realizara una escultura que homenajeara al campesino de El Hierro y que pudiera colocarse en el centro geográfico de la isla.

Todo se urdió en las reuniones asamblearias de los jóvenes herreños, lideradas por Aurelio Ayala, quien supo encauzar la ilusión de una sociedad que ansiaba provocar y acelerar el cambio político y social que se atisbaba tras el fallecimiento de Franco. Se trataba de ir más allá de las charlas y actuar desde el lugar más alejado y peor comunicado de las islas. De hecho, ya habían llevado a cabo actos como el homenaje a Valentina la de Saninosa y al periodista y personaje singular, José Padrón Machín (también piñero, o del Pinar, como Aurelio Ayala). Estas intervenciones atrajeron a muchos jóvenes que seguían los pasos de los luchadores clandestinos contra la dictadura, otros que estaban influidos por el ambiente universitario, o tan sólo porque eran jóvenes con ganas de crear cosas y colaborar con los amigos de un proyecto que les ilusionara, aunque para algunos, en particular los representantes del régimen en descomposición, se tratara de una chiquillada o una operación urdida por los ‘rojos’ y subversivos.

En el resto de las islas se hablaba del proyecto del Monumento al Campesino, pero también se comentaba la elaboración y culminación del Manifiesto en Canarias, que sería leído en el acto de inauguración del arado y, por ello, se rebautizaría como Manifiesto del Hierro. Un documento que plasma por primera vez la concepción o reconocimiento de los intelectuales canarios respecto al pasado prehispánico y a la realidad geográfica e histórica de las islas en lo que concierne a su relación con los distintos continentes bañados por el Atlántico.

Dos fueron los grupos que se movilizaron desde que Tony mostró a Aurelio y otros jóvenes herreños la maqueta de la escultura. Por un lado, se organizó una intensa actividad en la isla del Meridiano, coincidiendo con el surgimiento y popularización de un grupo musical bautizado como ‘Los Heros’ que también fuera presentado en sociedad por Aurelio. Estos músicos, jóvenes, familias, profesionales de hostelería, contribuían con su esfuerzo y trabajo para que cada peseta que se obtenía en las rifas, bailes o en los ventorrillos pudiera destinarse a financiar la realización, transporte y colocación de la escultura. Nadie ganó o cobró dinero, pero el trabajo se realizó con entusiasmo y –treinta años después- sienten con nostalgia aquellos momentos de confraternización que nunca volvieron a repetirse.

Juan Carlos Padrón, bajista de Los Heros, destacaba la labor de Ayala como el ‘cabecilla’ y la ruptura que supuso la irrupción de su grupo en la isla, donde hasta la fecha los bailes se hacían con bada y ellos fueron los primeros en interpretar temas pop (‘Mami Panchita’, ‘La raspa’…) junto a los pasodobles y en usar instrumentos eléctricos. El grupo se volcó y colaboró en todas las verbenas organizadas por los jóvenes.

Por otro lado, desde las islas ‘capitalinas’ se gestaba el movimiento de revisión de las señas de identidad canarias desde el entorno artístico e intelectual. Hubo quienes criticaron abiertamente los elementos políticos introducidos en el documento, influenciados por la vinculación de los hermanos Gallardo y otros colaboradores, al Partido Comunista de España (PCE) y por el momento que se vivía. De hecho, el Manifiesto abriría un debate y un interés por hallar las claves de la cultura canaria que continuaría con la exposición Afrocán que presentaría Martín Chirino en la galería Juana Mordó de Madrid y luego en la Casa de Colón, ya en 1977.

Pero lo importante se estaba fraguando en El Hierro, donde el propio Aurelio Ayala cargaba materiales para crear la base que mantendría de forma segura el arado de hierro, junto a dos emigrantes recién llegados de Australia que eran expertos ferrallistas, Fernando Padrón y Pedro Padrón Melenchón, quienes hicieron el cimiento y la base a ojo, imaginando lo que podría suponer la escultura y el sistema de vientos en la zona. Sólo el abandono y el desinterés institucional han hecho mella en el arado, el cual fue pintado en verano de 1976 por Máximo Padrón Quintero, ‘Chano el comunista’.

Desde Gran Canaria también se colaboró en la financiación del arado, emitiendo bonos de entre 1.000 y 100 pesetas, con un dibujo, y litografías del monumento. También se respaldaba el acto, desde el Partido Comunista, desplazando con sus fondos a unas 150 personas y buscando lugares dónde albergar a la gente que acudiría a la isla. Fue una avalancha de gente que la isla no había previsto y para la que no había infraestructura. A diferencia de las celebraciones de la Bajada de la Virgen, que hasta la fecha atraían a familiares y éstos eran acogidos por sus parientes, en esta ocasión llegaron varios centenares de desconocidos que tuvieron que ser alojados en cualquier habitáculo. Los restaurantes y bares se quedaron sin existencias y la alimentación se resolvió mediante bocadillos, vino de El Hierro y cervezas.

Otro elemento destacado en el acto fue la presencia de Los Granjeros de Montaña Cardones, un grupo folclórico que en aquellos momentos despuntaba por su repertorio social, con diversos temas compuestos por Sindo Saavedra y que cautivaron a los asistentes a la inauguración del monumento. La carestía del desplazamiento, sufragándolo el grupo, y la vinculación de la actividad con los dirigentes del Partido Comunista, provocaron un debate intenso en el grupo, si bien a su regreso, el impacto de lo vivido entre aquellos músicos por la acogida de miles de personas en un acto al aire libre y en el que se volcó la solidaridad del pueblo herreño. También actuó el grupo Teatro Experimental Canario que estrenó la obra ‘Acto sin palabras’ de Samuel Beckett.

El acto atrajo a varios miles de personas, entre más de dos mil y unos cuatro mil según los artículos de prensa publicados entonces y algunos de los participantes. Allí estaba prácticamente toda la población de la isla, gentes de todas las edades, salpicados por grupos de personas llegadas de otras islas que destacaban por llevar camias amarillas con un dibujo de Tony Gallardo y el lema ‘Tierra Canaria’. El gentío caminaba en torno al monumento al ritmo de los tambores herreños hasta que unos veinte campesinos levantaron las estacas que mantenían las cintas que circundaban la obra con los colores de la bandera canaria.

Intervino Aurelio Ayala, quien leyó los telegramas y cartas de adhesión recibidas desde numerosos sitios, así como hizo un repaso a los problemas y carencias de la Isla, hoy ya superados: hospital y ambulatorios, centros de educación, mejores carreteras, electricidad y agua corriente para algunos núcleos. Tony Gallardo cerró el acto dando sentido al Manifiesto de El Hierro en aquel entorno y junto a aquella riada humana, convertida en el fruto de la siembra surgida de aquel arado de juventud.

Intentos de impedirlo

Desde el primer momento, los responsables del poder político –todavía afines al franquismo- creyeron que la iniciativa no se llevaría a cabo. Sin embargo, la animación y las actividades emprendidas por los jóvenes comenzaron a preocupar al delegado del Gobierno.

En una segunda fase, se intentó desvirtuar la iniciativa lanzando mensajes de desprestigio, que si era una actividad promovida por los ‘rojos’, que si eran unos ateos… Aurelio Ayala acalló esas voces pidiendo la celebración de una misa el mismo día de la inauguración, en la Cruz de los Reyes.

También se intentó frenar la construcción del monumento, pero Tony Gallardo solicitó en Madrid la autorización y el Ministerio concedió el permiso. La víspera todos estaban convencidos de que Aurelio Ayala iba a ser detenido, pero el nuevo responsable del Ministerio de Gobernación en la provincia tinerfeña paró el intento advirtiendo que lo peor que podía suceder era dar motivos a los herreños para el descontento creando un mártir.

Por último, el día de la inauguración, fuera de todo lo previsto, el delegado insular del Gobierno, Celestino Guillén Martín, cogió el micrófono para hablar de los valores de la juventud herreña y del valor del arado, en un discurso apenas audible por el nerviosismo del interviniente y los silbidos y las voces del público gritando ‘Viva el arado’, ‘Viva el campesino’.

Una deuda histórica

Es evidente que con el paso del tiempo se ha demostrado el poco interés institucional en El Hierro a la obra del artista y a la iniciativa de los jóvenes de la Isla en aquella época difícil.

El mantenimiento o la promoción de la escultura en guías o en los mapas de la isla es nula. El olvido de aquel acontecimiento ha intentado acallar el espíritu y la capacidad de los herreños para lograr lo impensable.

En estos días, la historia ha vuelto a sacudirles, desde la perspectiva de treinta años transcurridos desde que se hiciera realidad aquel sueño. Quizás, el acto más emotivo sea cuando se reencuentren con las imágenes de aquel día que fueran grabadas por los cineastas Damián Santana y Antonio Rosado, y que dieran lugar a un documental ‘Arar, sembrar, esperar’ que lograra varios premios en certámenes fuera de las islas y que hasta hoy día no ha sido proyectada en El Hierro.

Por Míchel Jorge Millares

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