Emigración gomera: Los Gomeros seguimos en deuda con la isla de Martinica

Eran las cuatro de la madrugada del 9 de agosto de 1950, cuando un grupo de silenciosas personas abordaban desde la playa de Valle Gran Rey, en la isla de la Gomera, al velero Telémaco. Aún no se ha esclarecido del todo como un grupo compuesto por 171 personas pudo organizarse sin que las autoridades tuviesen conocimiento de la aventura que se preparaba, en una época y en una isla donde la represión del régimen político imperante era feroz.

Es frecuente que las autoridades supuestamente autónomas de nuestras islas, celebren actos denominados institucionales de hermanamiento con diversas ciudades o municipios europeos, incluso hacen fiestas colombinas,  sin que sepamos a realmente en que fundamentos se basan para tales hermanamientos. En cambio se olvidan estos políticos descerebrados de aquellos pueblos que en su momento tuvieron verdaderos gestos de hermandad con nuestros compatriotas, los ejemplos son múltiples, pero en esta ocasión quiero resaltar el gesto de humanidad mostrado por un sector de la población de Fort de Francia, en la isla Martinica con unos compatriotas nuestros, que como otros muchos miles, se vieron obligados, por causa de la miseria y la represión política colonial, a abandonar nuestra Patria Canaria para buscar en tierras extrañas el pan, la sal, la justicia y la paz que en su tierra les era negada.

Algunos de estos de desterrados por la injusticia fueron los actores de la odisea del moto-velero Telémaco, los cuales después de haber sorteado una serie de tormentas y haber perdido todos sus víveres, se vieron a la deriva hambrientos, enfermos y convertidos en verdaderos cadáveres vivientes, cuando en la inmensidad del Océano divisaron un barco al que solicitaron socorro, pero desgraciadamente el barco era español…: «El barco resultó ser un petrolero español llamado «Campante«. Interrogados los atribulados viajeros por el capitán del petrolero, éstos les expusieron sus cuitas y le pidieron ayuda, no dudando que la recibirían cumplidamente de unos supuestos compatriotas. El capitán del «Campante» ordenó comunicar con la isla de Barbados, dando la posición de los náufragos, e indicando al piloto del velero la posición en que se encontraban. Después, ordenó arrojar por la borda unos pocos de víveres, que los tripulantes del Telémaco tuvieron que rescatar a nado en un mar infestado de tiburones, sin que, afortunadamente, sufrieran el ataque de los escualos. Es incomprensible que el capitán del petrolero español no hiciera arriar un bote para suministrar la escasa ayuda concedida a los canarios, contraviniendo las más elementales normas de solidaridad en el mar. No cabe duda de que debía pertenecer al bando de los vencedores.

Trataron de seguir su rumbo, desoyendo el piloto las indicaciones del capitán del petrolero, pues estas les conducían a las colonias inglesas, y preveían que allí no serían bien recibidos, debido a las tensiones existentes en aquellos momentos entre el gobierno inglés y la dictadura española. El 5 de septiembre divisan tierra; eran las costas de la isla Martinica, colonia francesa en las Antillas Menores. Los fatigados ojos de los viajeros pudieron descansar contemplando la exuberante vegetación de la isla, y el día seis costearon la isla hasta recalar en Fort de Francia. La llegada de los expedicionarios y el lamentable estado en que se encontraban, despertó la piedad de los habitantes de la ciudad, quienes se volcaron en agasajar a los recién llegados colmándoles de atenciones y de frutos de la tierra, e invitando a muchos de los viajeros a comer y asearse en sus casas, siendo estas atenciones prodigadas por la población negra de la isla, ya que la población blanca se mostró en exceso remisa con los canarios. También les fue de gran ayuda la atención prestada por el cónsul de Cuba en la isla, el gran canario Romero, gracias a cuya gestión las autoridades locales prestaron apoyo a los emigrantes, facilitándoles incluso un repuesto de velas para la goleta.

Ante la inminente partida, la población negra de la isla se volcó de nuevo con los canarios. Lanzaron al agua docenas de piraguas conducidas por mujeres hombres y niños, haciendo sacrificios sin cuento, aportaron a la despensa de los expedicionarios gran cantidad de frutos y vituallas entre las que cabe destacar las siguientes: piñas; cocos; marañónes; mangos; caimitos; guayabas; ciruelas; papayas; guanábanas; aguacates; anones; melones; naranjas; limones; plátanos; caña dulce; galletas finas; pan; licores; dulces; café; cacao; ropas; zapatos; sombreros; azúcar; jabón; conservas; e incluso bastante dinero en efectivo. No cabe duda que esta dádiva aportada por una población que no nadaba precisamente en la abundancia, es una muestra de la verdadera solidaridad entre los pueblos. Creemos que la sociedad canaria tiene una deuda contraída con la población de Fort de Francé que, a pesar de sus limitaciones, amparó a un grupo de 171 compatriotas canarios cuando se encontraban pasando unos momentos desesperados, pues como bien apuntó el cronista de la aventura, el poeta o versiador don Manuel Navarro, en su décima 42: Los blancos por más valor / muy poco se distinguieron, / más espléndido lo fueron / los señores de color / demostraron con amor / más nobleza y dignidad; / la gratitud y lealtad, / lo que nunca olvidaremos, / a quien todo les debemos / humana hospitalidad

«De bien nacidos es el ser agradecidos», por ello no dudamos de que cuando los canarios podamos reconducir de verdad nuestras relaciones exteriores, sin indeseados intermediarios, daremos muestra de nuestro reconocimiento y gratitud a un pueblo que supo dar todo lo que tenía para socorrer a unos compatriotas nuestros en un momento de desgracia y aflicción. Al menos desde esta página le hacemos este pequeño homenaje de agradecimiento a todos los habitantes de la isla de Martinica.

Extraido de Isla de La Gomera/ Facebook

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *