Misteriosas luces recorriendo sus rincones, enclaves brujeriles de enigmática belleza, fuentes mágicas, cuadros milagreros, vírgenes negras, fauna de otro tiempo… Todo eso y mucho más es lo que esconde La Gomera, una isla que aún parece conservar los ecos de sus antiguos pobladores prehispánicos.
Conocida como la Isla Colombina porque Cristóbal Colón permaneció en ella mientras preparaba la gesta del Descubrimiento, en La Gomera se trabaja con ahínco para proyectar al mundo los muchos atractivos geográficos, patrimoniales, históricos y –cómo no– mágicos que le confieren una entidad propia más allá de su papel en la empresa americana.
Todavía hoy es posible tropezarse en algunas aldeas con gente que cree en brujas y hechiceras, así como con “yerberos”, santiguadores y curanderos, que son los herederos de los más arcaicos secretos del arte de curar, capaces en algunos casos de aplicar técnicas cercanas a la acupuntura. Municipios como el de Vallehermoso acogen criaturas que, como el lagarto gigante, hasta hace poco se creían extintas, mientras que por los rincones de la isla resulta cada vez más frecuente escuchar el eco del viejo lenguaje silbado de sus antepasados aborígenes, un insólito código de comunicación que contribuye a incrementar el halo de misterio de sus pobladores prehispánicos.
El potencial arqueológico de La Gomera, fruto del asentamiento de la tribu bereber de los gomara, promete proporcionar nuevas sorpresas, tan llamativas como las viejas historias sobre luces populares que ocultan grandes tesoros o como la tradición que vincula el nombre de la isla a Gomer, hijo y nieto, respectivamente, de los bíblicos Jafet y Noé.
CUADROS MILAGREROS Y VÍRGENES NEGRAS
Nuestro punto de partida es la capital de la isla, San Sebastián de La Gomera. Allí se encuentran la Torre del Conde, construida por el conquistador Hernán Peraza hacia el año 1450 y considerada la edificación militar más importante del archipiélago; la Casa y el Pozo de la Aguada, donde se abasteció Colón (sede en la actualidad de la Oficina Insular de Turismo); el Museo Casa de Colón, que alberga una interesante colección de piezas precolombinas pertenecientes a la cultura chimón, y el Museo Arqueológico de la ciudad.
Muy cerca de este último se alza la iglesia de la Asunción, edificada sobre los restos de la ermita en la que, según la tradición, rezó el Almirante y que acoge un cuadro muy singular. Se trata de una pintura situada en la nave derecha del templo que representa a San Ramón Nonato y a cuyo pie figura una leyenda que relata la “milagrosa” exudación que padeció el santo durante más de un mes: desde el 12 de noviembre de 1765 hasta el 13 de diciembre del mismo año. Del portento que conmocionó a la isla apenas existen más datos, salvo la certeza de que se produjo con motivo de alguna epidemia que asoló la zona y de que desde entonces la pintura tiene fama curanderil y protectora.
Pero la iglesia de la Asunción nos depara otra sorpresa. El recinto alberga una curiosa imagen mariana, venerada como Virgen de la Salud, que durante mucho tiempo recibió culto en la ermita de las Nieves, levantada, como tantas otras, sobre un viejo santuario aborigen. Tal y como pusieron de manifiesto investigadores como David Suárez Dorta, del Instituto de Estudios Colombinos, se trata de una figura de estilo gótico de una virgen negra que podría ser, incluso, una representación de la Virgen de Candelaria, dado su parecido con la imagen –también negra– conservada en el municipio tinerfeño de Adeje.
La virgen gomera alimenta así el debate sobre la llegada y la estancia de caballeros templarios a Canarias. Su último representante podría haber sido el mismísimo Colón, cuyas carabelas lucieron la cruz templaria. La talla podría haber sido traída por el genovés a la isla o constituir una “pista” con la que sus predecesores marcaron la ruta hacia América.
LEYENDAS DE AMOR
La historia de La Gomera se construye también a partir de sus hermosas leyendas, como la de Garajonay, que presta su nombre al parque nacional en cuyo seno se encuentra el enclave mágico de Laguna Grande. El mito, de origen incierto aunque atribuido al mundo aborigen, relata cómo la princesa gomera Gara, y Jonay, hijo del mencey (rey) tinerfeño de Adeje, se enamoraron con motivo de la celebración del Beñesmén, las fiestas aborígenes de la recolección. Nació así un amor imposible que no podía ser aceptado por los padres de Gara, a quienes los augures habían convencido de que esta unión traería la desgracia a la isla.
Y es que la joven era la princesa de Agulo, “el lugar del Agua”, mientras que su pretendiente procedía de “la Isla del Infierno”. Devuelto a Tenerife, Jonay regresó a nado a La Gomera en busca de su amada. Sin embargo, ante la imposibilidad de materializar su amor, decidieron clavarse una lanza de cedro y despeñarse por la cima que hoy lleva el nombre de ambos: Alto de Garajonay. Para algunos estudiosos de la cultura aborigen esta leyenda es un claro indicio de que pudieron existir contactos fluidos entre las poblaciones aborígenes de las islas por medio de algún tipo de navegación que utilizaba embarcaciones primitivas de las que no han quedado restos.
ENCLAVES DE BRUJAS
En la cima del Alto de Garajonay, situada a 1375 m de altura, se localiza uno de los enclaves sagrados más importantes de la isla, con al menos cuatro aras de sacrificio. El parque nacional del que emerge es un paraje natural que alberga una muestra viva de auténticos fósiles vegetales y en cuyo seno se encuentra la Laguna Grande, un llano circular que surge en un claro del bosque y que desde antaño fue punto de encuentro de los diversos caminos que recorren la isla y de presuntas reuniones brujeriles.
Éstas se celebraban en un círculo de piedras que, según la tradición oral, ha sido utilizado hasta hace muy pocos años. Cerca se alza un monolito que aún conserva las señales de su uso ritual. En la actualidad, la zona se ha convertido en un lugar recreativo y el círculo de catorce piedras ha sido reconstruido basándose en el original. Algunas de estas piedras presentan signos grabados, pero resulta difícil distinguir los de moderna ejecución de los antiguos. Entre estos últimos destacan una cruz grabada en la cara interior de una de las piedras y otras grafías que recuerdan a los signos rúnicos y a las marcas de los canteros.
La tradición refiere también la existencia en este paraje, hasta hace unas décadas, de diversos amontonamientos de piedras distribuidos en todo el claro del bosque. Túmulos que, según la hipótesis del arqueólogo Antonio Tejera Gaspar, fueron realizados por los antiguos aborígenes de la isla con las piedras que cada caminante dejaba en el lugar al pasar por él. Una costumbre que entre los bereberes tiene un carácter mágico, pues cada piedra representa al espíritu de un antepasado. En conjunto, las piedras forman altares denominados kerkús.
Hasta hace pocos años se creía que las brujas cambiaban de lugar los túmulos de Laguna Grande e incluso hoy en día se cuenta la historia de un caminante que una noche se encontró en la zona con un grupo de ellas en pleno akelarre y que, al clavar su cuchillo en el suelo, las dejó paralizadas hasta el día siguiente. En el mismo recinto hay una roca gris verdosa de mayor tamaño que el resto. Se encuentra situada a casi trece metros del círculo, con tres de cuyas piedras forma un eje que podría estar marcando algún punto de interés geográfico o astronómico.
Este monolito, de 1,40 m de alto y 1,50 de ancho, recuerda levemente a una cabeza, aunque lo más interesante del mismo, tal y como apunta Tejera Gaspar, son las 22 perforaciones circulares que presenta distribuidas en tres de sus caras. De naturaleza claramente artificial, estos agujeros tienen una profundidad media de 7 cm y un ancho de 6. Su origen no ha podido ser determinado, aunque algunos arqueólogos opinan que puede tratarse de una estela realizada por los antiguos aborígenes.
Extraido de la revista http://www.masalladelaciencia.es