La presa de Garabato (Vallehermoso), una película de esclavos

  • La historia que hoy les contamos es una triste realidad acaecida en el pueblo de Vallehermoso.

Alrededor de 1943. Después de la Guerra Civil, Ca­narias y en especial la Gomera quedó sumida en una brutal represión a cargo de los podero­sos o caciques. En Vallehermoso y como castigo por el alzamiento y resistencia de los obreros a las fuerzas naciona­les, se golpeó duramente al cam­pesinado hasta límites inhuma­nos.

Todos los mayores o jóvenes que hayan leído algún libro como El Fogueo, sobran de los casti­gos y fusilamientos que se hi­cieron a hijos de este pueblo, y aunque de ninguna manera que­remos reflejar aquí este trozo de la historia para funchar en la herida o por levantar viejos rencores, sí que queremos con­tar a los mas jóvenes lo triste del pasado para que cosas así no vuelvan a suceder más en la his­toria.

Los hechos sucedían en el ba­rranco de Garabato y en la obra realizada por los contratistas Guillermo Fernández Moreno y Antonio Mora Gaspar, nos estamos re­firiendo a la Presa de Garabato, empe­zada en el año 1943 y acabada en 1945.

Fue construida en piedra y cemento y con unos sesenta hombres de mano de obra, entre los que podemos nombrar a. Cipriano Fdez., José Gaspar, José Mondijo, Juan Ramos, Manuel Bernardino, Diego Sánchez, Diego Negrín, Isidro Gámez, Manolo Fdez., Ra­fael Medina, Eugenio y Víctor Correa, Efigenio José y Lorenzo Méndez, Chano el de Gregorio, Juan Mesa, Luis y Bien­venido Piñero; Tres capataces. José Quintana, Enrique Urgoitia y José Trujillo; dos encargados, Domingo Medina y Manuel Cristo. Como herrero estaba el llamado Cojo Camilo y de ayu­dante Pedro Suárez. De porquero Ma­nuel Marichal (de Epina) De camioneros estuvieron Tomas «violín» y Manuel «Ca­nario». En la grúa estaba «El Ingles» al veo, y Luis Piñero en el gancho.

De lo sucedido en esta obra se pudo haber sacado el guión de una película de esclavos. El lu­gar donde se cimentó la presa es un lugar húmedo y frío en el que había que trabajar a la sombra, y mientras se hicieron los cimientos algunos pasaban el día con el agua hasta los tobillos, con el añadido de que aquellos que tenían lonas y camisa las tenían rotos.

Salían del pueblo caminan­do y de madrugada para empezar el trabajo con las primeros luces del día, tenían que ir desayunados para no parar hasta las once, mo­mento en que sonaba el pito y to­dos corrían a amasar el gofio en el único sitio que daba el sol porque a las doce había que estar ya con lo herramienta en la mano. Al «In­glés» que pasaba el día dando manivela, algún amigo le amasaba el gofio porque llegaba con las ma­nos engarrotadas del frío y mien­tras las estiraba se le pasaba el tiempo de lo comido, que era nada.

No se podía ir a mear más de dos veces porque ya el capataz estaba gritando, los que subían el escombro con carretillas podían ha­cer un descanso que consistía en soltarla, abrir las manos tres ve­ces y seguir, al bajar se lo colga­ban con una ristra del cuello para descansar las manos.

Una mañana se despren­dieron varias piedras desde la par­te alta y algunos corrieron hacia los lados esquivándolas pero a Manuel Marichal (del Ingenio) le alcanzó una matándole en el acto, todos co­rrieron a ver lo sucedido y José Trujillo gritó: «¡Todos a sus trabajos! ¡Ya lo que fue fue!» Lo echaron en el camión y para el pueblo. Entonces Salvador Ventura, tirando la guataca recriminó al capataz diciendo «¡Me cago en diez que no ha muerto un animal!». A lo que este no con­testó una palabra.

Se podrían llenar varias pági­nas con los atropellos y vejaciones co­metidas en aquellos años a la clase trabajadora sólo por haber defendido lo que creían justo. Muchos de estos que trabajaron como esclavos viven actual­mente y nos cuentan como se humillaba y despreciaba al obrero y campesino sin el más mínimo cariño a sus vidas, recuer­dan aquellos momentos con tristeza y por supuesto no desean que sus descen­dientes pasen por algo igual.

(Artículo aparecido en la revista Eseken, 1999)

 

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