Las tuneras (opuntia spp) son plantas muy extendidas por todas las Islas Canarias y forman parte de nuestro paisaje característico, siendo ahora, en el verano, cuando su presencia se hace más destacada y colorida por la abundancia de sus frutos.
En Canarias le damos a esta planta distintos nombres: tunera, chumbera, penca o nopal. Y a su fruto: higo pico, higo chumbo, tuno, nopal o higo de indias.
La tunera procede de Méjico y el sur de los Estados Unidos y, actualmente, la podemos ver de forma asilvestrada en gran parte de América, norte de África, en los países mediterráneos y en los archipiélagos de la Macaronesia.
El cultivo de la tunera en las islas siempre estuvo ligado a que sus palas (segmentos carnosos con forma de grandes hojas) son hospederas de la cochinilla (Dactylopius coccus), que es un insecto del que se extrae un colorante rojo, el ácido carmínico, que tuvo un alto valor comercial durante un tiempo. Es en esta época en la que tiene lugar la expansión, auge y esplendor del cultivo. Luego, como otros monocultivos que hubo antes en Canarias (caña de azúcar y viña), entró en crisis, más tarde en una lenta decadencia y, por último, en un total abandono.
Un poco de historia:
Las tuneras llegaron a Canarias a principios del s. XIX a raíz de que las Cortes de Cádiz, con la aprobación de Fernando VII, por decreto de 29 de junio de 1822, ordenaran que las Sociedades Económicas de las provincias españolas en las que la temperatura reuniera las condiciones necesarias para la cría y desarrollo del insecto, impulsasen su cultivo como fuente de riqueza para la de entonces (como la de ahora) maltrecha economía del país.
La introducción de la cochinilla no fue fácil, ya que los agricultores canarios se mostraron reacios por considerar que el insecto era una plaga que iba a afectar y mermar la producción de sus cultivos. Sin embargo, una vez disipados los temores, la expansión fue muy grande ya que las islas reunían las condiciones óptimas para su desarrollo.
El destino de la cochinilla canaria era, por un lado, la Península y, por otro, el extranjero, principalmente Inglaterra y Francia, a través de Marsella. En menor proporción se enviaban remesas a Marruecos, Argelia, Holanda, Gibraltar y Estados Unidos.
A partir de 1860 la producción canaria se incrementa, pasando de 8.000 quintales (el quintal es una antigua unidad de masa española que equivalía, aproximadamente, a 46 Kg), a principios de esa década, a más de 16.000 hacía 1865 y “tocar techo” en 1870, con 60.000 quintales, correspondiendo la mitad del total exportado a Gran Canaria y la otra mitad a las demás islas.
Y hasta aquí las fases de expansión y esplendor en la exportación de cochinilla en Canarias. En 1856, con la aparición de los colorantes artificiales (anilinas) y años más tarde, en 1862, con la aparición de los colores de la hulla: “magenta” y “solferino”, el cultivo de la tunera sufrió un importante revés y entró en crisis, siendo en la década 1870-1880, cuando tuvo lugar su definitivo abandono.
En Canarias hay citadas 6 especies de tuneras, pero la especie Opuntia maxima es la más común. Está presente en todo el archipiélago, y es muy variable por existir numerosas variedades. Las palas generalmente tiene color verde brillante, picos pequeños y las flores pueden ser de color amarillo, naranjas o rojas. Sus frutos son verde-naranjas (tunos o higos picos amarillos o colorados con pulpa de color naranja intenso) o verdes que al maduran tornan a amarillo (higos picos blancos cuya carne es blanca-verdosa). Florecen en primavera y los frutos se recolectan desde finales de mediados del verano hasta principios de otoño.
La otra especie comestible que se encuentra con frecuencia es la Opuntia dillenii, la tunera india o de tunos tintos. Se distingue por tener palas pequeñas, de color verde amarillento, picos muy largos, de color amarillo y rígidos, sus flores amarillas y los tunos pequeños, morados al madurar, de carne color rojo intenso con sabor ácido.
Potencial invasor:
No se debe pasar por alto que se trata de especies introducidas con un elevado potencial invasor, ya que pueden vivir en gran variedad de condiciones desde las zonas costeras hasta las medianías y zonas altas de las islas. Su fácil forma de propagación, tanto por semilla como por fragmentos de sus pencas, las hacen ser muy agresivas y capaces de colonizar nuevos terrenos y sobre todo, de mantenerse en los que ocupan, impidiendo la regeneración natural, cambiando la química del suelo y haciendo muy dificultosa su erradicación. Es por ello necesario su control. Nunca desaparecerán de nuestros campos, ni sería bueno que así sucediese, pero se debe evitar que sigan propagándose en los espacios naturales que deseemos recuperar y proteger.
Diversos usos:
Actualmente, el uso principal que se le da a la tunera es el consumo en fresco de sus frutos, los higos, los cuales tienen un alto valor calórico si se les compara con frutos como la manzana, la pera o la naranja. Son una buena fuente de vitamina C, con la mitad de contenido de la que tienen la naranja o el limón.
Las pencas o palas contienen entre un 80% y un 90% de agua, por lo que la tunera es muy apreciada en zonas desérticas como una fuente de agua para el hombre y, sobre todo, para el ganado. Aporta además calcio, fósforo, potasio, sodio y fibra.
En México las palas más tiernas y jóvenes son las más apreciadas como verdura. Una vez seleccionadas se cortan por la base, se eliminan los picos y se pelan. A la pulpa obtenida se denomina “nopalitos” y con ella se preparan numerosas ensaladas y guisos. Esta pulpa influye en la fisiología gastrointestinal, en el metabolismo del colesterol y mejora la evacuación. En la medicina tradicional se emplea para problemas reumáticos, gota, heridas recientes, afecciones cutáneas, úlceras crónicas, litiasis, pleuresía y pulmonía. Tiene, además, propiedades hipoglucémicas. El mucílago o “baba” se considera humectante, limpiador y refrescante.
Antiguamente era habitual secar los higos, actividad hoy en desuso, aunque aún es posible encontrarlos en algunos sitios. A estos higos secos se les llama “higos porretos”
En La Palma, el humo que producen las tuneras secas al arder es uno de los más apreciados para ahumar le queso, proporcionándole su aroma característico.
Las palas tiernas se solían colocar en el fondo de las zanjas donde se plantaba la viña, para proporcionar un poco de humedad al cultivo
Las tuneras se utilizaban también para la demarcación de las lindes de los terrenos, a modo de setos.
Con las palas se elaboraban juguetes infantiles.
En la actualidad, la cochinilla vuelva a despertar cierto interés como colorante, denominado E-120, ya que no es tóxico, es admitido por la Unión Europea, Japón y la Food and Drug Administración de Estados Unidos y tiene, por tanto, múltiples aplicaciones en cosmética, farmacia, alimentación, tintes y, para tinciones y preparados de laboratorios de bioquímica, ya que se trata de un producto con una capacidad tintórea extraordinaria y muy estable.
Carlos Rodríguez López