Pedro Bethencourt Padilla un espíritu libre, un poeta de Agulo casi olvidado por La Gomera

[…] ¿No será en fin de cuentas, la Poesía,
la más alta, la más bella expresión del Amor?
«Porque nada hay, por humilde que sea, en cuya intimidad
no descubra la mirada amorosa tesoros de Poesía».
«La Poesía» en Mensaje. Pedro Pinto de la Rosa.

Pedro Bethencourt Padilla nació en Agulo, La Gomera, en 1894. La vocación poética despierta en él desde muy joven. En su pueblo le animó a escribir Crescencio Rodríguez Rivero, cubano de ascendencia canaria, escritor, que trabajaba como funcionario del ayuntamiento en aquella época, y al que consideraría su maestro.

«Fue en mi pequeña Ysla silenciosa
que sorprendiste el sueño de mi alma.
Tú me creíste hermano de las aves
y entonces me dijiste que cantara.
[…]»!1.

Pero la vocación se afianza con su traslado a Tenerife para estudiar en la Escuela de Comercio, que abandona para ingresar en el Instituto de La Laguna y graduarse de bachiller. Allí traba relación con un amplio círculo de jóvenes poetas que frecuenta el Ateneo, en especial con Pedro Pinto de la Rosa, a quien le dedicará un poema de su primer libro, Salterio: «A Pedro Pinto de la Rosa, Poeta Yuvista».

En 1915 gana el «Certamen de la Juventud Republicana», auspiciado por Alejandro Lerroux por la Fiestas de Mayo, con el poema «Elegías a Marte», en el que trata el tema de la guerra cuando está en su apogeo la I Guerra Mundial. Se publicaría al día siguiente en el periódico La prensa, y más tarde se incluiría en Salterio.

También intervino, con su poema «Canción primaveral«, representando a La Gomera en la Fiesta de las Hespérides, organizada por el Ateneo de La Laguna, celebrada el 11 de septiembre de 1915 y coincidiendo con la inauguración del Teatro Leal. Allí conoció a Alonso Quesada, que representaba a Gran Canaria y de quien Pedro, con su memoria prodigiosa, se sabía todos los poemas de El lino de los sueños, pues lo consideraba el mejor poeta canario. La fiesta tuvo un gran éxito y recibió grandes elogios en los periódicos de la época. En La prensa del día siguiente leemos: «[…]Se quiere que ella sea un eslabón más de la cadena de unión fuerte y noble entre todas las islas del Archipiélago, se quiere que sea un símbolo y un salto de exaltación y de entusiasmo para la región canaria…».

El mismo año de 1915 publica en la revista Islas Canarias de La Habana varios poemas que envía desde Tenerife2. y su vida queda ligada para siempre a la literatura.

Los dos hermanos de Pedro Bethencourt, Agustín y José, fueron también personajes peculiares, y los tres merecieron ser recogidos en un artículo titulado «Escritores y artistas de La Gomera«, que firma «Rafael» en un número especial de la revista Hespérides dedicado a la Gomera en 1927.

De Agustín destaca su afán por recorrer países exóticos y su conocimiento de lenguas orientales. Parece que viajó por Oriente y vivió en Grecia. Se casó en la península, aunque pasó una temporada en Canarias enseñando latín y griego.

José, poeta y literato, fue autor de la novela La efigie de cera y el poemario De tu voz, un eco. Fundó y dirigió varios periódicos, y fue propietario de una imprenta y más tarde de la conocida «Librería Católica«.

De Pedro se dice en el artículo de Hespérides: «En sus poesías hay humo de incienso y rumor de plegarias. Su espíritu, viajero e inquieto, quisiera tornarse en ‘una lluvia de amor sobre la tierra’. Todas sus producciones están amasadas con harina de bondad y rutilares de místicas estrellas«.

Pedro, desde muy joven, dio muestras de una llamativa personalidad. Valga como ejemplo la anécdota que nos contó Francisco Galván Torréns, que lo conoció cuando su madre, Carmen Torréns, ejerció de maestra del pueblo: «De Pedro Bethencourt se decía que tenía poderes hipnóticos y telepáticos (tras hipnotizar a alguien, luego con sólo mirarlo por la calle, éste se volvía y le preguntaba: ‘¿tú me llamabas?’; o una vez enterándose de que un amigo estaba en una capital europea le escribió que […] y leyera una página de un libro que le interesaba, mientras él lo copiaba aquí en las islas por telepatía). Aunque una vez José Galván (marido de Carmen) le pidió que hipnotizara a sus hijos (José Manuel y Paco) para que no se orinaran en la cama, no lo consiguió. Pero sí logró leer un libro que no conocía con los ojos vendados. A este poeta le gustaba tocar la guitarra al igual que a José Galván y solían pasear juntos«.

De ellos, Carlos Pinto Grote, hijo de su gran amigo Pedro Pinto de la Rosa, nos contó algunas historias: «Eran unos tipos formidables, mi padre fue un día a visitar a los tres hermanos y los encontró echados en el suelo, rectos, derechos. –¿Y que hacen ahí en el suelo?, les preguntó. –Estamos imantados Perico, le dijeron. Se habían puesto cogiendo exactamente el eje de la tierra para que pasara la energía por ellos«. «Mi padre contaba muchas anécdotas de Pedro, como las barbaridades que hacía de pasearse La Gomera entera. De ir de un lado para otro y pasarse semanas enteras caminando por la isla, viendo el paisaje y durmiendo debajo de una piedra, le daba igual«.

Los tres hermanos y Pedro Pinto eran teósofos, cuya doctrina sostiene que cada religión posee una porción de una verdad universal y busca lo que hay en ellas de «Sabiduría Divina». De origen cristiano y esotérico, bebe principalmente de las fuentes orientales como el Budismo y el Hinduismo. Pedro Bethencourt perteneció además a la masonería.

Esta mentalidad marca su poesía, y así inventa el Yuvismo, que define en el prólogo de Salterio: «[…] La poesía es una emanación de la Divinidad y a Ella debe afluir, por la misma ley natural que hace que los arroyos tornen al mar del que proceden.

Siendo la más expresiva de las artes, humanamente, la poesía ofrece una posibilidad más inmediata para la realización de lo divino. De aquí la responsabilidad del poeta como representante de la Belleza Universal.

[…] No adulteréis los dones del espíritu en ningún plano de la Naturaleza.

Fuente de felicidad ha de ser el poeta, para ayudar al hombre en la revelación de Dios por la gracia del verbo.

Y a Dios no se Le puede revelar sino con amor.
Mas no olvidemos que para la eficacia del amor es necesaria la alegría.
[…] No sea nuestro lema ‘El arte por el arte’
Sino:
‘El Arte por la Humanidad’
‘El Arte por Dios’. He aquí el YUVISMO
Honremos nuestra enseña y así aprenderemos a servir como ‘el Hijo del hombre’, siendo nuestra Doctrina la del Corazón, y el arte NUESTRO SERVICIO»3.

A su filosofía vital respondían también sus otras aficiones, como la guitarra, de la que era un gran concertista. La suya estaba hecha especialmente para él con siete cuerdas. «Si los rapsodas primitivos usaron siempre un instrumento para acompañarse en el recital de sus versos al pueblo, de calle en calle y no en cenáculos, este instrumento fue siempre de cuerdas. Entonces la guitarra que es de origen oriental, tiene que orientarse, forzosamente, a la poesía. No sé por qué misterio de la vida yo he acogido a ese instrumento llamado guitarra para asociarlo a mis manifestaciones poéticas«4.

En sus estancias en Cuba recorría los pueblos dando conciertos con composiciones propias y de autores cubanos. Carlos Pinto Grote, que lo conoció bien a su vuelta, ya algo mayor, nos dice: «Pedro tocaba la guitarra maravillosamente y cantaba muy bien. Canciones y melodías cubanas a las que él les había puesto letra, que eran una auténtica maravilla, me acuerdo aquí, en este sitio donde estamos [en la sala de su casa], Pedro tocar la guitarra y quedarnos todos verdaderamente asombrados de oírlo cantar; cantaba con una voz un poco cascada».

El primer viaje a Cuba lo realizó con su madre y sus hermanos para ver a su padre, que vivía en la isla desde hacía años. Allí permanecieron una corta temporada, y es muy posible que la cuarta y última parte de Salterio, «Versos de Ultramar», la escribiese en este tiempo.

Regresa de nuevo a La Laguna y más tarde viaja a Madrid, donde comienza la carrera de medicina, que abandona más tarde. Aquí publica en agosto de 1920 su primer poemario, Salterio, con ilustraciones de su amigo de Agulo el pintor José Aguiar, a cuya esposa, Ana García, que también era amiga de la infancia y que había muerto en una grave epidemia de gripe, dedica un emotivo poema del libro.

Salterio tiene un gran éxito de crítica y bastante repercusión en su época. Lo presentó en el Ateneo de Madrid el escritor y crítico Andrés González Blanco el 27 de noviembre de 1920, acto en el que Pedro recitó algunos poemas del libro. Más tarde esa presentación se publicaría en la revista Nuevo mundo del día 31 de diciembre de 1920.

«[…] Hay algo en estas poesías, algo de la desnudez y austeridad de la poesía hebraica, bíblica; si algo se le asemejara en poesía europea, serían las ‘Melodías hebraicas’, de Lord Byron, o los ‘Poemas evangélicos’, de nuestro Larmig
[…] Que la poesía isleña siga fecundando nuestra lánguida poesía peninsular…».

Estos primeros años de la década de los veinte frecuenta el Ateneo de Madrid y las tertulias del famoso Café Universal de La Puerta del Sol, donde conoció a los hermanos Machado.

Viaja por Europa y pasa largas temporadas en Cuba. Se incluyen algunos de sus poemas en Los argonautas: antología de poetas españoles en Cuba, de José María Uncal5. y en la revista El guanche, órgano del Partido Nacionalista Canario de Cuba. Esta revista publica en el número 11 (15 de agosto de 1924) la interesante entrevista «Un poeta canario en Cuba», hecha por Antonio Soto, donde encontramos un fragmento de «Canción Primaveral», que aquí titula «Canto de juventud», leído en la Fiesta de Las Hespérides y publicado en Salterio:

«Quiero en fin, con entusiasmo,
como quien marchase a impulsos de la Libertad suprema,
desplegar por esos aires, cual trofeo victorioso,
mi apolínea bandera;
en el nombre de los pobres olvidados,
en el nombre de los tristes,
por los hijos del Dolor y la Miseria,
por los pechos que suspiran para siempre
por los ojos ignorados que no cesan
de llorar entre las sombras,
por los labios ya marchitos
de las madres que a la orilla de la cuna se desvelan,
por las pálidas mejillas
de las vírgenes que sueñan,
por los niños del arroyo
cuyas frentes candorosas nadie besa…
¡Para todos los hermanos sin ventura,
mis canciones volverán adondequiera
como nítidas palomas
de consuelo mensajeras!
…»

En esta entrevista cuenta que tiene preparados dos volúmenes de versos más, Cantos de amor y sacrificio y La voz perdida, y sabemos de su afición al naturismo, «a cuyo sistema de vida debo el optimismo y la salud que continuamente me envuelve«. También habla de sus últimas composiciones musicales: «No concibo un poeta que desconozca la música en su técnica: el pentagrama es el más grande sugeridor de los más bellos poemas de la palabra«.

Se le cita en la revista Patria isleña entre los poetas representativos de la intelectualidad canaria en Cuba en ese momento6. y sus poemas se publican en numerosos periódicos y revistas de las islas, como Junonia y La voz de Junonia (dirigidos por su hermano José), La prensa, El heraldo de La Orotava, Hespérides, El tribuno, El Norte, Algas, etc.

En 1933 vuelve a Madrid con el propósito de publicar sus obras, y en los últimos cinco días de la desapacible travesía escribe, o mejor, «transcribe», La corrupción del mundo o el imperio de la magia: «[…] Esta obra nació pues en mí, de un modo espontáneo; esto es: sin que mi voluntad interviniera en ello para nada» Todo estaba presente y yo sólo tuve el trabajo de tomar el lápiz y dejar que mi mano se deslizara sobre las cuartillas…7

El libro es el único que publica en prosa, aunque tiene otro escrito con anterioridad que nunca ve la luz, Actividad liberadora. En él, Pedro entiende la magia como «el poder abusivo del pensamiento sobre la voluntad de los demás«, siendo «negativa para el progreso real del hombre que busca la Verdad». No es la magia un hecho aislado en ninguna época de la historia del mundo. Ella se ha manifestado siempre, cada vez que el hombre ha tratado de satisfacer las apetencias de su ‘yo’, las falsas necesidades creadas por su egoísmo«8.

En febrero de 1934 publica en la Editorial Liberación de Madrid su segundo libro de poemas, Vida plena, que posiblemente reúne La voz perdida y Canto de amor y sacrificio, pues en él encontramos algunas composiciones de estos poemarios publicadas en la prensa.

En esta época, Pedro realiza otros viajes por Europa. «Las anécdotas de sus viajes eran únicas«, nos comenta Carlos Pinto Grote: «Él estuvo viviendo una temporada en París, con Pascasio Trujillo [otro gomero singular, periodista entre otras cosas], alimentándose de almendras, gofio e higos pasados que le mandaban de La Gomera; no tenía un duro y a veces tocaba la guitarra«.

De estos años son los libros inéditos de prosa Actividad liberadora y Mensajes, que nunca verían la luz. Más tarde Pedro Pinto de la Rosa dirigiría la revista de poesía Mensaje (1945-1946), de la Sección de Literatura del Círculo de Bellas Artes de Tenerife, y en ella encontramos un poema de Pedro, «Quédate aquí», perteneciente a Vida plena.

Tras la estancia europea, Pedro vuelve a Cuba, aunque poco tiempo después hace un nuevo viaje a España donde le sorprende la Guerra Civil; coge entonces un barco en Cartagena y retorna a Cuba, donde permanecería hasta 1961.

Esta época caribeña es la más desconocida de la vida de Pedro. Se casa con una cubana llamada María Coca, con la que tiene una hija a la que le pone el nombre de su muy querida abuela, María Luz (para Pedro su poema preferido era el que le dedicara a ésta, «Abuela Luz», publicado en Salterio).

Sigue dando sus conciertos de guitarra con algunas composiciones propias pero sobre todo de autores cubanos, y funda también varias academias de música; pero su actividad principal en esta época estuvo relacionada con la medicina natural: «…mi actividad se desarrolló casi por entero, como director del ‘Instituto Naturista’ –conviene aclarar que inicié los estudios de Medicina y que me vi obligado a abandonarlos por falta de salud, en aquella época– […] Modifiqué el Naturismo, en Cuba, ateniéndome a mi propia experiencia, y eliminé cuanto de fanatismo y superfluidad había en esa escuela conducente a la regeneración biológica del hombre. Practicó, entre otras terapias como baños y masajes, la «trofrología», que consiste en el estudio de la combinación de los alimentos manteniendo una dieta equilibrada, «lo importante no es el alimento en sí, sino cómo combina con otro, para evitar fermentaciones que originen anomalías patológicas«9.

De esta faceta de Pedro, Carlos Pinto nos dice: «Pasaba periodos vegetarianos durante un montón de tiempo, pero un buen día decía: ‘‘Bueno, ahora tengo que comer un poco de carne y no me importa’’. Ni en eso era un ortodoxo, la ortodoxia para él no existía, él era un heterodoxo auténtico […] El cuerpo hay que sostenerlo, el cuerpo hay que cuidarlo. Dentro de la Teosofía es importante el cuidado de la caja, que encierra el espíritu«.

Poco sabemos de su actividad literaria en esta época. En 1950 escribió el «preludio… para Luz de lágrima, primer libro de poemas de la escritora cubana de padre canario Nivaria Tejera10.

Domingo Pérez Minik publica en 1952, en su Antología de la poesía canaria, cinco poemas del libro inédito La piedra viva («Piedra cándida», «Rubí», «Piedra de molino», «Piedra de olvido» y «Diamante»). De este libro sólo conocemos, además de estos poemas, el que publica la revista de poesía Gánigo en 1965 («Piedra del aire») y los tres que conserva su sobrino Pablo Bethencourt («Azabache», «Canto a la sílice» y «Piedra rodada», el último de los cuales publicamos en este número).

En la primavera de 1961 regresa a España11 y pasa unos meses en Madrid antes de venir a Tenerife, donde se quedará algo más de un año, hasta octubre de 1962, en casa de su hermano José, que vive en la calle Pedro Pinto de la Rosa.

En este periodo publica varios poemas en el periódico El día y sobre todo en La tarde, así como en la revista Gánigo, del Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, dirigida por el poeta icodense Emeterio Gutiérrez Albelo. Sus poemas los encontramos en la mayoría de las antologías y selecciones de poesía canaria, y de esta época es otro libro inédito titulado La canción del retorno.

A su llegada a la isla, Luis Álvarez Cruz y Vicente Borges le hacen sendas entrevistas para El día y La tarde. Al poco tiempo es objeto de una espectacular bienvenida en su isla natal y la celebración dura casi dos semanas, con actos culturales en varios municipios. En Agulo le ponen su nombre a la calle donde nació, la calle del Calvario, a la que dedica un poema que lee al descubrirse el nuevo rótulo.

Más tarde se le dedica otra calle en Santa Cruz de Tenerife, que «casualmente» fue donde vivió hasta su muerte su hermano José.

Casualidades como ésta las comenta Pedro en la entrevista de El día: «¡Qué cosas tiene la vida! Fui como sabes un gran amigo de Pedro Pinto de la Rosa. A éste, naturalmente no he podido encontrarlo12. Pero la calle donde he venido a parar lleva su nombre«13. También, curiosamente, al principio de su última su estancia en Madrid vive en la calle Canarias.

A este respecto, su sobrino Pablo Bethencourt (que es el hijo más pequeño de los doce de su hermano José y es también músico y poeta) recuerda: «En muchas ocasiones, mi tío Pedro solía comentar con asombro las casualidades, coincidencias en el tiempo de cosas o personas, circunstancias, que por diferentes motivos casaban unas con otras; en realidad, estaba señalando lo que el psicólogo Jung define como sincronicidad. Mi tío afirmaba que no eran casualidades, cosas que pasan al azar: ‘’estos fenómenos responden a algo invisible, como si estuviera escrito o que el fenómeno surge por una necesidad categórica’‘».

Carlos Pinto nos hace un buen retrato de Pedro y su carácter en esta época en que lo conoció personalmente, pues iba casi todas las tardes a tomar el té y a charlar con su madre, Laura Grote, también poetisa, a su casa de La Laguna: «Era un personaje, era un tío tremendo, era un hombre alto, delgado, de un físico muy aceptable, con una melena larga, siempre muy bien vestido, aunque tenía unas corbatas horribles, yo se lo decía –pero Pedro, las corbatas que tienes…– ¡No, son bonitas! me decía.

Pedro era un personaje de una gran categoría, era natural que Pedro fuera así, porque lo fue toda su vidaEra un hombre agradabilísimo, de una facilidad de palabra enorme, siempre muy plácido y muy tranquilo. Tenía una vida interna enorme y era un hombre bueno, profundamente bueno, estaba dentro de la línea teosófica más pura«. Pedro dedica a Laura Grote un poema14 como despedida justo antes de su viaje definitivo a Madrid, que se produce en octubre de 1962 con una nueva compañera, Trini, a la que probablemente conoció durante su estancia en Tenerife, y con quien vive hasta su muerte (a principios de los años setenta) y que sería el último gran amor de su vida.

A partir de esa fecha reside en algunas pensiones de la ciudad, lleva una vida bohemia, y frecuenta la tertulia del café «Punto y Coma», en la Plaza de Santa Ana. Vive principalmente de su trabajo como masajista, para el que utiliza, además de sus manos, un aparato vibrador de fabricación americana que trajo consigo de Cuba.

De esta época, su sobrino Pablo, que también vive en Madrid, nos cuenta: «Uno de sus oficios, además de poeta y guitarrista, fue la reflexología. Mi tío Pedro era admirado por sus pacientes. Recuerdo la visita en mi casa de un matrimonio, ya jubilado, que fue dueño de la ‘’Pensión César’’ […]. Aquel hombre no hacía más que abrazarme, como si fuera un hijo de mi tío muy querido, pues había hecho en ellos milagros«.

Nunca volvería a encontrarse con su mujer y su hija, que al poco tiempo de que el poeta viniese a Madrid, saldrían de Cuba y establecerían su residencia en la ciudad de Nueva York.


Izquierda: Placa de la calle Pedro Bethencourt Padilla, antigua calle del Calvario (foto: Eduardo Trinchant)
Derecha: Juanto a su sobrino Pablo Bethencourt, a finales de la década de los 70

La vida y la obra de Pedro Bethencourt, por igual, marcaron a todos los que lo conocieron y le hicieron merecedor de un espacio entre los grandes autores. Sebastián Padrón Acosta, en su obra Poetas canarios de los siglos XIX y XX, diría: «Estas poesías están desnudas de sensualidad. El poeta toma una actitud apostólica. Aire de enviado. […] hallamos, además de esa desnudez de fondo y forma, un acercamiento íntimo a la naturaleza, acercamiento que a veces tiene tonos panteístas, y otras delicadezas franciscanas. Hay un ideario de esta escuela como un afán poderoso de hacer el bien a todos, de fraternizar con todos los seres, desde el gusano hasta la estrella. […] La poesía de Bethencourt no es trompetería, ni lentejuela, es sobre todo espíritu, intimidad. El poeta ama con espiritual sentido todas las cosas. Son ‘poesías hechas, no en la sequedad del gabinete, sino al aire libre’, sobre la montaña, entre las ráfagas azules de la brisa, sobre el verde vivo de los campos, entre la canción jocunda de los cañaverales, bajo el tamo luminoso del sol, abierto arriba como una cascada de oro«15.

En el breve estudio que Pérez Minik le dedica, comenta que «[…] ha sido y es uno de los más originales poetas de las Islas Occidentales«. Crea su propio vehículo formal, su independiente espíritu, su personal vozél ha trabajado su verso dentro de un cierto exilio del mundo temporal, pero con un acento y una veracidad emotiva de altas calidades […] es hombre de difícil encuadramiento retórico y escapa a todo lenguaje repulido y docenteen ‘Salterio’ existen otros poemas donde se acusa su gusto y amor por la naturaleza, su escondida melancolía y una como simple y escondida revelación de todas las cosas»16.

Pedro muere en Madrid en 1985. Su maleta y su guitarra seguramente se quedaron en una portería de alguna pensión del centro de Madrid. Con algunos libros, algo de ropa y quizá algunos poemas manuscritos de La piedra viva y otros poemarios, no muchos quizá, pues Pedro los llevaba consigo en su memoria, en su alma pura, que era el lugar desde el que componía y que había tenido, como tan sólo unos pocos privilegiados, la inmensa gracia de sentir y conocer.

Mañana
Yo tan sólo nací para el idilio;
para vivir soñando entre las flores,
en los labios un verso de Virgilio,
y el corazón, un manantial de amores

De esta mísera vida en el exilio
y a usanza de los viejos trovadores,
de mi guitarra con el grato auxilio
he de cruzar cantando mis loores.

Mañana no hallaréis en mi morada
sino paz, una dulce paz lograda
como al influjo de preceptos de oro;

acaso algunos libros, pocas cosas,
y la guitarra que yo tanto adoro,
perfumada de versos y de rosas
..
.

         Salterio, 1920.

Agradecimientos
A todas las personas que tan amablemente quisieron participar en este modesto homenaje a Pedro Bethencourt Padilla, hablándonos de las vivencias y recuerdos del poeta para poder transmitirlos y ofrecerlos a los lectores de Rincones del Atlántico: Manolo Bethencourt Attias, Pablo Bethencourt Attias, Carlos Pinto Grote, Marcos Rodríguez…

Fuente: http://www.rinconesdelatlantico.com

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