Hay escapadas cercanas que valen como mil viajes exóticos. Sin planear prácticamente nada me lío la manta a la cabeza y me veo en el barco de camino a La Gomera. Las fechas primaverales, el número de viajes de barco al día y la diversidad de alojamientos en la isla, nos permiten improvisar un fin de semana de grandes expectativas.
Nuestro destino es Playa Santiago, un pueblo marinero con una excelente oferta alojativa y gastronómica, un ambiente abierto y tranquilo salpicado por alguna de las fiestas más populares de la isla.
Caminando hacia un secreto gomero
Son las siete de la mañana y ya nos encontramos en el autobús regular, saliendo del pueblo, rodeados de caminantes extranjeros, con destino a un pequeño caserío llamado Jerduñe. Es el conductor el que amablemente nos avisa de la parada en la que nos toca bajarnos, la verdad es que nosotros no localizamos ninguna referencia. Mientras se aleja el autobús, nos quedamos impresionados ante el paisaje que nos regala el inicio del sendero hacia Seima.
Los paisajes gomeros abruman con sus barrancos y bancales. Nos dirigimos desde la carretera hacia el mar que se intuye a lo lejos. Un sendero se abre ante nosotros caracterizado como un balcón al profundo barranco. Caminar por el antiguo sendero que comunicaba los caseríos de la merica de Seima con el resto de la isla evoca mil historias de pastoreo, comercio de cerámicas y alimentos entre los diferentes pueblos gomeros, historias de plantas únicas, de pobladores antiguos y paisajes identitarios. Una de las enseñanzas de esta visita a la isla fue el término de “merica”, así es como se llamaba antiguamente a las lomadas, en aquellos primeros siglos tras la conquista ampliamente cultivadas. Ya no se usa este término tan original, pero ha quedado en la toponimia propia de la isla.
Tras andar más o menos una hora, la primera parada la hacemos en Tacalcuse, un complejo de casas excavadas que con el paso del tiempo han sabido conservar su esencia. Las casas tienen una arquitectura sencilla, pero con mucho ingenio y aprovechamiento de los recursos naturales cercanos, en todos sus materiales.
Antiguos caseríos que deleitan la vista
Seguimos el camino admirando lo que debían ser antaño grandes extensiones de cultivos de cereal y antiquísimos sistemas de almacenamientos de agua y riego, así como los omnipresentes bancales que parecen ya formar parte de la naturaleza. A lo lejos vemos nuestra próxima parada, el caserío de Morales. Seguro que en su momento habría infinidad de estos árboles que le dieron su nombre, probablemente para surtir el importante comercio de la seda que se producía en La Gomera desde el siglo XVI. Hoy en día no parece resistir ninguno, pero es toda una experiencia poder conocer las entrañas de un pueblo que parece haberse dormido con la salida del último habitante allá por los años 50 o 60. Parece hacer esfuerzos para mantenerse en pie a la espera del regreso de las personas que lo poblaron y lo quisieron.
Partimos nuevamente y llegamos a otro caserío, esta vez se trata de Contreras. Pero ya no tenemos ojos para otra cosa que no sea la gran casona de Seima. Se trata de una belleza arquitectónica. Se nos presenta elegante y orgullosa, en pie desde hace siglos, mirando hacia los paisajes de la merica y el mar. Allí paramos a comer. Mientras preparamos nuestros bocadillos no podemos quitar la mirada de esta casa de dos plantas de piedra, con balcón y cantidad de anexos relacionados con la vida doméstica y los modos de producción antiguos (hornos exentos, gañanías, bodegas). Nos asombra encontrar algo así “en medio de la nada”.
Su aislamiento (nunca llegó aquí una carretera) la ha dejado con una buena conservación y nos permite a mí y a mis amigos retrotraernos a los tiempos de gloria de la casa y de los territorios que la rodean. Imaginamos cómo era la vida entonces y soñamos por momentos con volver al pasado.
Llegada a Playa Santiago
Después de sacar mil fotos y deleitarnos con el entorno, continuamos el camino. Bajadas y subidas nos empujan hacia el final del camino, en la playa de Tapahuga. A estas alturas de la tarde y después de las horas de camino, ya volvemos a tener hambre. Aprovechamos la cercanía del restaurante Tagoror, en lo alto de la loma de Tecina, para cenar con unas privilegiadas vistas del pueblo de Playa Santiago, su playa y su puerto.
El día ha sido redondo, una experiencia completa pero nos queda una última parada. Nos han hablado muy bien de un pequeño chiringuito junto a la playa conocido por los habitantes y visitantes del pueblo, todos repiten. Es La Chalana. No nos extraña su popularidad, es un sitio especial. Nos tomamos un exótico cóctel junto al mar mientras Carlos, uno de sus trabajadores, nos cuenta toda clase de historias sobre La Gomera y sus misterios.
“Oh, espera, se oye música en la plaza”. Sin esperarlo terminamos la noche bailando en la verbena del pueblo. Sin proponerlo ponemos el broche a este espectacular día de la mejor manera posible, sonriendo y amando esta tierra como nunca.
Lugares como Seima son poco conocidos, casi secretos, tanto que a veces da pudor hablar de ellos por el miedo a que se robe su originalidad. Por ahora Seima, Playa Santiago y todos sus tesoros siguen intactos a la espera de que los visites.
Fuente: http://www.holaislascanarias.com