Zafarrancho en la factoría de Lloret y Linares de La Rajita, Vallehermoso

Los empresarios valencianos Vicente Lloret y Miguel Llinares unieron sus apellidos para dar nombre a una firma muy conocida en Canarias. La industria conservera que fundaron llevó a lo más profundo de un solitario barranco gomero una febril actividad. Juan González fue su carpintero.

La factoría de salazón, primero, y conservas, después, de La Rajita es una de las actividades industriales más sonadas de la historia de La Gomera. En el fondo de un estrecho barranco y en la misma orilla de callaos donde rompen las olas, trabajaron varias generaciones de gomeros de todos los pueblos de la isla colombina entre 1909 y 1986. La modesta factoría inicial, contruida de madera, terminó siendo un sólido edificio de cemento rodeado de bloques de viviendas, ermita, tiendas, molino de gofio, campo de fútbol y hasta gallineros y corrales de cabras en un espacio reducidísimo en la desembocadura del barranco que le dio nombre. Allí trabajó desde que era un muchacho de 15 años y hasta su jubilación Juan González Martín, hijo y hermano de carpinteros de ribera. Con una tupida mata de pelo blanco luciendo sobre su cabeza y ya con noventa y tantos años, recordaba aquellos muchos años trabajando de día y de noche, sin parar, en una factoría que vivía en permanente zafarrancho de actividad.

Juanillo, como era conocido en La Rajita, conoció la factoría cuando “eso estaba sin máquinas, todo [se hacía] a mano”. Apenas eran “unos talleres de madera”, dice y no se dedicaban todavía a la conserva del atún y la caballa, sino a los salazones. Donde ahora hay un pequeño muelle “no estaba sino un arrimadero* y después trajieron una grúa de mano, que después la pusieron de corriente. Allí nos quedábamos de noche a descagar cuando venían los bermeanos de la Península a descargar. No se podía parar”. Para llevar el pescado del pequeño muelle a la factoría, había unos raíles por los que los hombres empujaban unas vagonetas. “Todavía estaba el taller de madera”, vuelve a situar la época Juanillo, para distinguirla de cuando se hizo la fábrica (que él techó): “Todos los techos se los hice yo. Trabajé como un negro haciéndolos, que eran de plancha de cinc”.

Albacoras en parihuelas

El trabajo del carpintero Juanillo era fundamental en La Rajita, y no sólo haciendo barcos (su especialidad como carpintero de ribera). “Cuando se empezó la albacora, se echaba en la playa. Había unas parihuelas, que yo hice muchas, que uno la agarraba por delante y otro por detrás y las albacoras encima de las parihuelas”, relata. Otra de sus tareas fue la de arreglar barricas: “Como pesaban tanto, había muchos fondos que se rompían”, añade.

Llenos y pesados, aquellos enormes barriles se movían de la factoría al muelle “dándole tumbos* por los raíles”. Después, “se metía el estrobo, se viraba y se bajaba a la cubierta de la falúa*”. El estrobo era una soga que rodeaba la barrica y la sujetaba, a continuación la grúa la elevaba del suelo, giraba hacia el agua y descendía suavemente hasta la citada falúa, que acercaba la carga a los barcos que la izaban a bordo con la maquinilla.

Cuento del estrobo

Hablar del estrobo le hace recordar algo que provoca un brillo en sus ojos. “Le voy a hacer un cuento de lo que hizo una vez uno de Chipude. Metió el estrobo, fue a ponérselo por debajo [a una barrica] y le quedaba grande: la punta de la grúa tocaba la porreta, donde lleva el gancho para que baje el cable, y el estrobo con la barrica estaba todavía en el suelo sin levantarse. Entonces le dice el que estaba en la grúa ‘¡córtalo!’ y él saca su cuchillo para cortar el estrobo”.

“¡No, con el cuchillo no!”, acertó a decir el de la grúa antes de que el de Chipude cortara la soga de cuajo. Sólo tenía que darle una vuelta más a la soga alrededor de la barrica para que no sobrara tanto. “Eso se llama cortarla y el hombre no sabía y como la gente de antes usaba los cuchillos, él jala por el suyo para cortar”, ríe al terminar de contar la anécdota.

Pero lo que más hacía este veterano de La Rajita que puso techos, compuso parihuelas, arregló fondos de barricas, ¡e incluso hizo los dientes de madera del molino de gofio!, era fabricar barcos para los pescadores de los que, dice, “parece que están vivos, porque son revirados* por la proa”. Juan González Martín iba personalmente a La Palma a buscar la madera “con un paquete de tizas”. Marcaba los árboles, que hombres cortaban a golpes de hacha y mujeres, “las más trabajadoras que yo he visto, se cargaban los palos a las costillas como nada”. Y después, “cuando yo llamaba de allá, mandaban una falúa de La Rajita a recogerme”.

Nadita pa babor, nadita pa estribor

Los barcos para los pescadores los hacía Juanillo en la misma factoría de La Rajita. “Llegaba uno y decía ‘necesito un barco de tal medida’, ‘pues vaya y dígaselo a Juanillo’. Y el otro lo mismo, y el otro, y había veces que se me ajuntaban muchos”. Un día recuerda que bajaba de Arguayoda, su pueblo, a La Rajita y desde la orilla que ya se avista la factoría estaba su madre diciéndole “que bajara luego*”, que lo estaban esperando para acompañar al patrón del Maruja que nunca había ido a La Palma y no sabía por dónde ir. “Juanillo, arránchate* enseguida que tienes que salir para La Palma”, le dijo “don Bartolo”. “¡Pero cristiano, usted está loco!”, contestó Juanillo, sin equipaje ni nada para el viaje. “Yo le mando mañana en el correo una maleta con ropa”. Apenas estuvo tres días con el patrón de aquel barco. “Le dí el timón y digo ‘yo te voy diciendo’, yo mirando por la ventanilla y diciéndole: ‘dale nadita pa babor, dale nadita pa estribor’ y cuando aprendió le digo ‘mira, yo me voy mañana mismo a La Gomera”.

Por Yuri Millares

http://www.pellagofio.com

 

VOCABULARIO

arranchar. Prepararse para salir de viaje (F. Navarro y F. Calero dan esta definición en Revista de Dialectología y Tradiciones Populares).
arrimadero. Embarcadero (M. Alvar, citado en el Tesoro lexicográfico del español de Canarias).
dando tumbos. Ir sin rumbo fijo (Miguel Santiago en “Vocabulario empleado por Pancho Guerra…”, citado en el Tesoro…).
falúa. “Pequeña embarcación con motor, con o sin cabina, destinada a la pesca o al transporte de personas”, describe el Léxico del español usual en Canarias (Consejería de Educación del Gobierno de Canarias, 1986).
luego. Pronto, rápido (“…enseguida, sin dilación”, según Juan Maffiote, en Glosario de canarismos…).
revirado. Voz portuguesa que en el habla de los marineros significa “escorarse una embarcación” (M. Alvar, El español hablado en Tenerife).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *