Historia de la parroquia de Vallehermoso (I)

El término de Vallehermoso, por ser el de mayor amplitud de La Gomera, ya desde sus inicios ha contado con una mayor cantidad de población así como unos ingresos superiores al resto hasta hace pocos años. Las características de este municipio hacen pensar en que su parroquia debía ir aparejada en importancia.

De hecho, sus comienzos prometían confirmar estas suposiciones, pues Vallehermoso fue la primera parroquia de la isla segregada de la Asunción de San Sebastián (el convento dominico de Hermigua fue encargado de suplir las funciones parroquiales, pero la Encarnación surge como tal parroquia después de San Juan Bautista de Vallehermoso).

Sin embargo, la desidia, indiferencia y, sobre todo, una serie de acontecimientos negativos lograron que todas las esperanzas se frustrarán, pudiéndose decir sin paliativos que la iglesia de San Juan Bautista ha sido, en sus cinco siglos de historia, la parroquia más castigada de la isla.

Tan sólo después del último incendio la fábrica ha experimentado un periodo de tranquilidad ininterrumpido, pero, para estas fechas, muy poco guarda ya de su pasado.

El templo de San Juan Bautista en Vallehermoso tiene su origen en la primitiva ermita que bajo esta advocación allí existió. Según Dacio Darías, Pedro Ortíz, visitador de la isla, había dado orden de que en aquel lugar se celebrase una misa los segundos domingos de cada mes, encargando de ello a los beneficiados de San Sebastián. Como parroquia surge en 1635, siendo maestre de la Catedral D. Diego Suárez Ponce, si bien la «descripción de la isla de la Gomera» nos da como fecha exacta el 16 de julio de 1632.

La primera fábrica fue la ya citada ermita que constaba de una nave de cincuenta pasos, la capilla mayor y una capilla dedicada a la Virgen del Rosario, situada en el lado de la epistolar.

En 1675, el visitador de la isla informa al entonces obispo de Canarias, D. Bartolomé García Jiménez, del estado de abandono en que se encontraba la fábrica, achacándolo a la desidia del párroco. El prelado toma, entonces, la decisión de trasladarse inmediatamente de La Palma, donde se encontraba, a la Gomera sin pasar por el Hierro como tenía previsto. Se traslada inmediatamente el sagrario, alhajas y ornamentos a la ermita de Nuestra Señora de la Consolación, situada en el barrio de Triana, ordenándose la reedificación que se inicia por la capilla mayor, debido a su ruinosa situación.

Las obras están ya en marcha en 1680. Para entonces se está fabricando de nuevo la capilla mayor, en su totalidad, a la que se adosarían por detrás la sacristía. Trabajan en la obra ocho personas, dirigidas por Luis Pinero, «el más fervoroso de los ocho y el que más ha trabajado».

Entre tanto, los hermanos de la Esclavitud del Santísimo Cristo cons¬truyen una capilla en el lado del evangelio, igual a la del Rosario y enfrente de ésta que ponen bajo la advocación de su titular. Terminada ésta última en ese mismo año, los demás trabajos no concluirán hasta 1690, fecha en que, por primera vez, leemos que la iglesia consta de tres naves, formada cada una de ellas por tres arcos.

El templo presentaba dos puertas: una pequeña, que comunicaba con el osario, y la principal, situada a los pies del edificio junto a la pla¬za. Encima de ésta, una espadaña, de cantería, con tres ojos y una sola campana, coronaba la construcción.

Durante la ampliación se efectuó asimismo el coro (bajo), frente a la puerta mayor, costeado por los vecinos. Era de pequeño tamaño (cabían en él doce personas), e imitaba al de la iglesia de la Asunción de San Sebastián. Realizado totalmente en madera «buena», componía su frente una balaustrada, flanqueado por sendas mamparas de madera lisa. En su cabecera se distinguían dos partes: una inferior lisa y otra superior de balaustres, «todo ello de obra limpia y los balaustres a tomo». En el interior, la sillería se complementaba con un atril y algunos bancos. La pila de piedra, junto a la puerta principal, que componía el baptisterio, se rodeó con una balaustrada de madera».

Las tres naves que configuraban la fábrica culminaban en tres capillas. La capilla mayor, a mayor altura, comunicaba con las laterales y la nave mayor por tres arcos. Dos puertas a ambos lados del altar daban paso a la sacristía. El retablo contaba, al centro del primer cuerpo, con un nicho que guardaba la imagen de San Juan Bautista y a ambos lados, bajo dosel, la de San Pedro, de candelero, vestido de pontifical, con capa, tiara y roquete, y una talla del Niño Jesús, que en su mano portaba un estandarte, con diadema y camisa de encaje. Coronaba la obra, así mismo bajo dosel, un lienzo del patrono.

Posiblemente, sobre las puertas de la sacristía habría sendos pedestales que sostendrían dos imágenes de santos desconocidos, complementados con dosel. Por último, sobre la mesa del altar, tallado en madera y sobredorado, se colocaba el sagrario».

El retablo de la capilla de Nuestra Señora del Rosario, en el lado de la «pistola, era dorado y poseía cuatro hornacinas, de disposición desconocida pero, atendiendo a los modos de la época, no es arriesgado pensar que fuera de tres en el primer cuerpo y una en el ático o más raramente en la predela.

El centro albergaba la imagen, de vestir, de Nuestra Señora con un Niño en los brazos, «provista de vestido muy decente y tiene unos pendientes de oro». Esta se veía acompañada por otras tres, de candelero, a saber: San Cayetano, con sotana, manto y bonete de tafetán negro; San Antonio de Padua con el Niño Jesús, y el patriarca San
José.

De parecida estructura al anteriormente descrito era el retablo del Cristo, en el lado del evangelio. De él sabemos que estaba hecho en madera y que dos de sus nichos contenían las imágenes del crucificado (el central), con dos potencias de plata, y la Soledad».

Las naves laterales acogían dos altares más. Uno dedicado a Nuestro Señor de la Humildad y Paciencia y el otro al rey San Femando. En el primero, un nicho guardaba el santo de la advocación, de factura bastante popular, fechable a finales del s. XVII, que hoy se encuentra fuera de culto. Completaban el conjunto las imágenes de San Francisco y Santa Clara’.

El otro altar estaba constituido por n retablo dorado con las imágenes de San Femando, Santa Ana (de vestir), el Socorro y San Roque (de vestir). Delante del altar, dos sepulturas dotadas por el cura párroco.

En ambos casos, los altares tenían frontales de lienzo y tarimas de madera.

En el inventario de 1680 se describen imágenes, cuya localización queda sin precisar. Se trata de San Sebastián (de bulto con nueve saetas y diadema de plata), San Bartolomé (de bulto), San Miguel, la Virgen y el Ángel de la Guarda.

A pesar de los requerimientos de los obispos para que se realizaran las obras pertinentes, el suelo permanecerá siendo de tierra batida (el último mandato con este fin data del año 1733).

Por estas fechas el interior de la iglesia se completaba con un púlpito de madera y seis bancos, uno de la iglesia y los otros cinco de cada una de las distintas cofradías y hermandades con sede en la parroquia, a saber Hermandad del Santísimo, Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, Cofradía del Nombre de Jesús, y Hermandad de las Animas.

Dos cuadros de pequeño tamaño adornaban el interior del templo: uno de Nuestra Señora y otro de San Antonio de Padua. El menaje de la sacristía consistía en una mesa grande, un mueble de tres gavetas para guardar los ornamentos, un escaño perteneciente a la Hermandad del Rosario, un sagrario de madera dorado para el monumento del Jueves Santo y un manifestador.

La pobreza de la iglesia quedaba reflejada en los pocos objetos de valor que atesoraba. Cuenta con los vasos sagrados imprescindibles para el culto: cáliz, copón y custodia. El resto se componía de una cruz, el incensario y la naveta, y un «relicario para llevar el viático», con tapa y cruz, todo ello de plata.

La primitiva custodia era de madera sobredorada con viril de bronce, asimismo sobredorado.

Posteriormente fue sustituida por una de plata sobredorada cuyo pie era un cáliz. En 1729, José Morales desde las Indias dona una nueva custodia, toda ella de plata sobredorada.

Recursos Económicos

La Iglesia había experimentado en su interior notables mejoras, sin embargo su fábrica se resiente del paso del tiempo y en 1705, en la visita que don José de Tovar y Sotelo, hacía el veinticuatro de agosto, encuentra «un arco algo inclinado amenazando ruina» y ordena inmediatamente su reconstrucción’.

En 1733 leemos en el Libro de Mandatos como «el techo de la nave central se halla en peligro ya que tiene descuidados los tirantes de la grada y es preciso poner una armadura sobre algún tirante sobre los que estaban algunos maderos que mantienen la techumbre» y como un arco de los del lado del evangelio está a punto de caerse».

Ante este estado de cosas la resolución que se toma es la de construir un nuevo templo y en 1747 se hace acopio de materiales con este fin. Una vez conseguido el beneplácito de los condes se le encarga al cura, don Antonio José Manrique de Lara, y al alcalde, don Mauricio Mora, los preparativos de las obras, colaborando en ella todos los vecinos.

NOTAS PARA LA HISTORIA DE LA PARROQUIA DE VALLEHERMOSO
Alberto Darías Príncipe y Teresa Purriños Corbella

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