El libro «Cinco años de estancia en las Islas Canarias» (1884-1888) escrito por el antropólogo francés Rene Verneau, narra como, buscando restos de los antiguos canarios, escaló el casi inexpugnable roque Cano en La Gomera.
Su objetivo era llegar a la cueva del Telar, situada bajo la cumbre del roque, lugar donde hubo enterramientos entre sus, visibles desde abajo, columnas de basalto. Hasta allí fue guiado por un viejo cabrero y, como había sido expoliada, apenas encontró restos.
Verneau, le hizo una visita, y nos dejó su testimonio:
Nos pusimos pues en camino. Antes de llegar al pie del Roque encontré una cueva, cerrada en parte por una gran losa, en la que hice excavaciones y recogí algunos cráneos. La expedición comenzaba bien y me prometí que visitaría La Cueva del Telar, que se mostraba en la cumbre del monolito. Es una cueva muy curiosa, una de las más extraordinarias que haya visto. De lejos se ven una serie de columnas inclinadas, paralelas, que explican el nombre que se le ha dado. Se diría que fueron cortadas por la mano del hombre.
Una vez al pie del peñón, mi entusiasmo se enfrió un poco. Por todos lados sus faldas basálticas estaban inclinadas por encima de nuestras cabezas. Por eso me parecía imposible subir. El viejo pastor me enseñó un pequeño agujero por el que penetró arrastrándose e invitándome a imitar todos sus movimientos. Al final de una pequeña galería existe una especie de chimenea estrecha por la que subimos a la manera de los deshollinadores. Franqueamos un grueso bloque y nos metimos en otra chimenea parecida. Lo más difícil estaba hecho, pues nos encontrábamos ya en una pequeña explanada. El resto, aunque fuera completamente escarpado, se podía escalar sin demasiado esfuerzo.
Visité muchas cuevas pequeñas que habían servido de sepulturas, pero que no contenían sino restos inutilizables. Finalmente llegué a la Cueva del Telar. Las columnas no son tan regulares como parecen desde abajo, pero no por eso dejan de ser muy notables. Entre ellas dejan es¡¡ acios suficientes para que pase un hombre. Casi todas están fragmentadas, y se diría que son piedras gruesas cortadas de la misma forma y tan bien ajustadas que el cemento sería inútil para mantenerlas en su sitio, a pesar de su inclinación. No obstante; muchas han perdido la parte media. Sólo queda la base y la cúspide, suspendida como una amenaza por encima de la cabeza del atrevido que viene a profanar las sepulturas.
Estos pilares son, simplemente, columnas basálticas, y existen otras muestras en los alrededores. Entre estos pilares fueron depositados varios cadáveres, de los que no pude encontrar sino algunos restos.
La excursión, que se anunciaba tan bien al principio, se volvía mal, y debía terminar con un accidente. Habíamos descendido e íbamos a alcanzar la chimenea por donde habíamos subido, cuando una piedra, sobre la que había puesto un pie, se desprendió y me hizo perder el equilibrio. Caí de una altura de unos 12 metros. Las gentes que nos habían seguido y que nos esperaban en la base del peñón acudieron, esperando encontrar un cadáver. ¡Cuál sería su sorpresa al encontrarme con vida! No me había matado ni tenía, incluso, ninguna lesión importante.
Había caído sobre una tunera salvaje, cuyas largas espinas puntiagudas, resistentes como el acero, se me clavaron por todas partes. Seguro que sufría, pero estaba demasiado contento de haber salido del paso con tan poco daño como para quejarme.
Fotos de Tenerife Vertical