Los estudios sobre el silbo gomero

Con todo, gracias a lo que hoy se sabe acerca de los lenguajes silbados en general, cabe pensar que los gomeros precoloniales (y probablemente los habitantes de otras islas, como El Hierro) conservasen una modalidad silbada de su lengua originaria, reforzada por lo montañoso de la isla. Como se verá más adelante, el sistema silbado estaba capacitado para adaptarse perfectamente a una lengua distinta de la originaria, por lo que sin dificultad pudo pasar a la de los conquistadores. Lo que no puede demostrarse —por lo menos aún— es que las técnicas del silbo procedan del África próxima o no, ya que no es imposible que se formaran aquí espontáneamente, si bien esta última hipótesis no parece sostenerse, si es cierto que también hubo lenguajes silbados en otras islas. A finales del siglo XIX, J. Lajard (cfr. «Le langage sifflé des Canaries», en Bulletin de la Société d’Anthropologie de Paris, II, 1891), habla de un lenguaje silbado, usado en La Gomera y El Hierro, y hace de él una descripción somera, aunque no desacertada. Lajard tiene clara conciencia de que se trata de un lenguaje construido sobre la base de una lengua natural, y no sobre un hipotético código musical, como creía su contemporáneo Quedenfeldt (cfr. «Pfeifsprache auf der Insel Gomera», en Zeitschrift für Ethnologie, XIX, 1887). Para Lajard, en fin, el silbo no era más que español silbado, aunque, como técnica, rudimentario y muy limitado en sus posibilidades comunicativas.

La hipótesis del origen africano parece, a todas luces, la más probable; pero la probabilidad no es certeza. Un viajero inglés, Samler Brown (cfr. Madeira, Canary Islands and Azores, Londres, 1913), afirmaba haber oído un procedimiento similar de comunicación en una de las tribus del Atlas y no sería extraño que ahí esté la clave genética del lenguaje silbado de los gomeros. Pero no podremos aventurar hipótesis alguna mientras no dispongamos de los medios necesarios para «rastrear» esas zonas africanas y verificar: a) si existe todavía algún procedimiento de comunicación silbada; b) si posee la misma naturaleza y estructura que se ha señalado para el silbo de La Gomera. Como se ve, en fin, la historia del silbo está aún por hacer —y deberá, sin duda, intentarse—, ya que ni se pueden tomar muy en serio las fuentes escritas que conservamos ni contamos con otra clase de pruebas fiables.

Hay que dejar claro que los estudios que poseemos acerca del silbo gomero son, en el mejor de los casos, demasiado imperfectos. Ya se ha visto lo desorientado del punto de vista de Quedenfeldt o la precariedad de las observaciones, sin duda sensatas, de Lajard. Pero eso y nada es lo mismo. Hasta la publicación de El Silbo Gomero (R. Trujillo, 1978), los trabajos más serios sobre esta modalidad de comunicación son los de A. Classe The Phonetics of the Silbo Gomero (1957) y Les langues sifflées, squelettes informatifs du langage (1963), al que debe añadirse el de R. G. Busnel y A. Classe Whistled Languages (1976). A. Classe analiza el silbo de los gomeros como un lenguaje articulado que traslada o sustituye los sonidos del lenguaje, pero la descripción y enumeración de los sonidos del dialecto insular, de cuyo análisis parte, es muy deficiente. Registra, por ejemplo, como inexistente la palatal lateral /λ/ —nuestra ll, claramente diferenciada de y, como todavía se oye en La Gomera y en muchos puntos del archipiélago canario— y afirma que /g/ es normalmente oclusiva: dos observaciones sobre cuestiones elementales que no se corresponden con la realidad del español gomero. Lo más grave de los mencionados trabajos de Classe y de Busnel son las equivalencias que establecen entre los sonidos del lenguaje y sus formas silbadas. Por ejemplo, es un hecho científicamente comprobado, no sólo mediante el análisis espectrográfico, sino también a través de pruebas de captación o recepción de mensajes, que las vocales [a] y [o] no se distinguen en el lenguaje silbado. Pero Classe no reconoce que se igualan más que «cuando no hay posibilidad de confusión», mientras que sostiene que «la distinción entre las dos vocales será escrupulosamente observada» en caso contrario, de manera que, en Antonia, [a] «tomará una dirección ascendente», mientras que, en Antonio, [o] se interpretará con «una inflexión descendente», afirmaciones estas que no se corresponden de ninguna manera con la realidad. Si el «receptor» distingue un Antonio de una Antonia es porque habrá información contextual que le permita deducir esa diferencia objetiva. En realidad la diferencia entre masculinos y femeninos se hace, en el silbo, gracias al artículo, ya que si bien gato, por ejemplo, se silba igual que gata, no se silban de la misma manera la forma masculina del artículo, el, que es ascendente a causa del carácter agudo de [l], que la forma femenina, la, que termina en vocal grave precedida de la consonante aguda [l], por lo que se silba descendiendo desde los agudos a los graves. Y ahí está la fuente de los errores de Classe: en creer que prácticamente pueden silbarse la mayor parte de los sonidos del español insular: en eso comparte la opinión general de los silbadores, que confunden lo que quieren decir con lo que efectivamente dicen. Es evidente que a Classe le faltó hacer pruebas de audición o de recepción: con ellas, habría advertido su error y quizá hubiera llegado a conclusiones correctas en lo que respecta al número de las distinciones fonológicas que el silbo gomero permite. Pero esos errores son demasiado frecuentes en los tres estudios citados: así, por ejemplo, en «The Phonetics of the Silbo Gomero», se llega a afirmar que [f] y [x] —es decir, los sonidos de «efe» y «jota»— tienen la misma forma en el silbo, salvo que [f] es siempre sorda, en tanto que [x] es normalmente sonora. Se trata —una vez más— de serios errores, ya que, en primer lugar, la técnica de los lenguajes silbados no permite distinguir entre sordas y sonoras, mientras que, en segundo lugar, el sonido [x], que es el de la «jota» castellana, no existe de manera espontánea en La Gomera, ni en el resto de las Islas Canarias. En su lugar, como es sabido, aparece [h], que no es propiamente una consonante, sino una «ligadura».

Fuente: EL SILBO GOMERO.

 

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